Publicado en La Cultura en Occidente, domingo 03 de julio:
La vio por primera vez en un bar de Gastown. Ella iba con S, su gran amiga; él, con sus compañeros del restaurante donde trabajaba como cocinero. Fue en un bar cualquiera, de esos con la ventaja de abrir en domingo, jarras de cerveza barata y una pista para bailar, con duela y barras para los brazos de madera, al estilo country. Él se paró a bailar solo, con sus compañeros. Ella, bailaba con su amiga. Bailaron, cada uno por su lado; ligeramente, se sonrieron. Una sonrisa de complicidad, al saberse en compañía de un conocido, aunque a metros de distancia, sin saber aún su nombre o la acepción de persona que lleva en el mundo. Fue la sonrisa, nada más.
El viernes siguiente se volvieron a encontrar. Él estaba formado en la fila del guarda abrigos del Sonar –club de música electrónica, especialmente deep house–, esperando a dejar su impermeable. El lugar estaba abarrotado. Por entre la fila, delante de él, comenzó a pasar gente que iba llegando. Después de varios, ya incómodo por el ajetreo a su alrededor, se topó con ella. Se miraron fijamente a los ojos, reconociéndose por dentro, mas no en su persona. Sonrieron, como si se hubieran amado por siempre.
Hola –dijo él.
Hola –respondió G, con un ligero ladeo de cabeza, reacomodando el cabello que le caía sobre la mejilla.
Nos vemos allá dentro –le dijo él, ante la insistencia de los que iban atrás de G, para que los dejaran pasar.
Sí –respondió G, con una gran sonrisa.
Seamos honestos y realistas. Toda la vida gira en torno al agujero. No son sólo nuestros personajes, ni los sueños que vivimos a través de ellos, los que viven las historias fantásticas, los eventos fortuitos, decisivos. Inmersos en la telaraña del muro, buscamos un resquicio de sanidad, un rincón o ribete, un orificio por donde escapar hacia el otro lado, el sitio donde la calma reina, y la vida es mucho mejor, por ser otra, diferente, anhelada ante el desconsuelo de la propia, de la que uno vive sin darse cuenta. A través del agujero, miramos con esperanza, traspasando el muro. No necesariamente el de Berlín, Gaza o Tijuana. No la reja para conejos a lo largo de Australia ni el construido por los jugadores de póquer en una novela de Auster. Simplemente, una línea que delimita, una división entre el aquí-ahora y el allá-en-cualquier-otro-tiempo. ¿Cómo sufrir por lo que uno no tiene?
El muro se fue levantando a lo largo de los años. No es una obra de un día para otro. En definitiva, no es una obra rápida, aunque no requiere tanta paciencia como el juego del go. Cada quien va poniendo su parte, los ladrillos que se han de unir a los del otro, el vecino del cual uno quiere separarse, después de una proximidad, que bien pudo haber sido bastante gratificante, pero que se ha ido perdiendo a lo largo del tiempo –tan largo éste como necesario sea–, y ahora no es más soportable que un páramo cubierto de alacranes, pequeños y casi transparentes, por el cual uno ha de andar descalzo.
Ellos se encontraron a través de un muro que se había ido edificando a través de ellos. Encontraron el agujero al mismo tiempo, como por una grandísima casualidad, de repente, cuando menos –en verdad menos–, lo imaginaban. Se miraron; sonrieron y se dieron cuenta de ello, aun cuando no podían ver más que sus párpados aleteando como golondrinas que regresan con la comida para el recién salido del huevo. El huevo, ¿quién lo construyó? Y el muro, ¿el mismo señor?
Nació cuando ya existía la Coca-cola. A Paz, Warhol y Dalí los alcanzó a ver en vida, por lo menos en televisión. Al Papa, Juan Pablo II –Karol Wojtila–, a ese si lo vio en vivo, asegura su madre, aunque él no se acuerda; acaso ya presentía su no creencia en un poder divino, salvador. Los grandes nombres de su niñez, aquellos que salían en los periódicos y revistas, como Caro Quintero, la Quina, de quien conoció a un sobrino en Vancouver, el Negro Durazo y Fidel Velásquez, quedaron en el olvido, tras las rejas o bajo la lápida. Castro es el único que permanece en el mismo sitio donde estuvo siempre, al menos ese siempre que es la vida de uno, y parece como si ésta se fuera a ir, y él, junto con la Coca-cola, seguirá con vida, en el mismo sitio, de la misma forma.
Acostado en medio de la oscuridad, intenta poner la mente en blanco. Los pensamientos no lo dejan. Las imágenes se sobreponen, los sonidos van de un oído a otro, las sensaciones, los sabores, los colores, tantos colores, diferentes colores, desde el blanco hasta el negro, en una gama de tonalidades que ha sido traspasada por la pantalla de la computadora, donde pueden apreciarse más tonos de los que en verdad puede captar el ojo en la vida real. Se siente naufragar, indefenso ante el intento de bajar las velas y estabilizar el timón. Imágenes que nunca antes vio, sueños más reales que su propia experiencia.
Gracias por tu interes en Lumbrera, Omar... un saludo!!!
ResponderBorrarla oscuridad de los que encuentran la mediocridad de las palabras.
ResponderBorrar¡Huy!, que fácil es escribir así.
¡Saludos Basura!