9 de agosto de 2005

Un sueño al despertar

El otro día pensé en la muerte y, sin darme cuenta, escribí sobre ella, haciéndola ver como una dama avergonzada al entrar de improviso a la recámara de su esposo en el siglo IX. Escucho el soundtrack del film escrito por Hoffman, Eternal Sunshine of a Spotless Mind y pienso que si es cierto, todo mundo tiene que aprender en algún momento, todos han de crecer –no estoy seguro sobre el madurar– y vivir la vida que han aceptado como verdadera. Unos cuantos ya han muerto durante la presente vida (Ver el concepto de muerte empleado por Pablo en http://dislocación.blogspot.com) y siguen sin aceptar que la vida es la que uno ha decidido, sin importar si puede o no darse otra. La aceptación lleva de la mano la felicidad –o por lo menos la conformidad, concepto tan, pero tan, moderno.
Ya han pasado 10 años desde que la generación 92-95 abandonó las aulas, creyendo que el mundo se abría a sus pies (¿de dónde chingados sacaron esta frase tan gastada, tanto como la camiseta de Astroworld que guardo desde entonces?) y el futuro sería tan perfecto como habrían de imaginar: ir a la universidad, ser gerente o dueño de una empresa, comprar casa, auto del año y perro Labrador; casarse y tener un par de hijos –la parejita sería ideal–; edificar la casa de campo, el viaje a Europa, el fin de semana en Las Vegas y una que otra salida a Puerto Vallarta para luego, después de años de plenitud y hartazgo, caer enfermo y darse cuenta que la vida se escapó, justo antes de tomar la decisión adecuada, el cambio que haría de uno el hombre –o mujer– más feliz del mundo. Entonces llega la posibilidad de comprar una lápida a plazos, o una reservación en el asilo de ancianos más chic de la ciudad. Los hijos, ya casados y con hijos, llevan a los nietos, de vez en cuando, a visitarte. Te reclinas sobre el más pequeño y, sonriendo, dices: mira qué lindo, se parece a su abuela.
Escucho un clarinete, un trombón. Sigo aferrado a mi melancolía, a mis sueños literarios, a mi vida con la supuesta eterna libertad que he ido ganando a través de cada lágrima y cada éxtasis por los cuales he ido pasando. Y de repente llega, entre toda la mierda posible, una buena noticia: he sido seleccionado para tener el apoyo dentro de la convocatoria a “Proyectos artísticos y culturales” del Instituto Mexicano de la Juventud. Acaso el monto de la beca pueda causar risa a mis congéneres o familiares. ¿Y, con eso vas a sobrevivir?, me preguntará más de uno. Pero no es el monto (10 mil pesos) sino el compromiso para editar mi libro de foto-pretextos, ya iniciado: “La mejor forma de irse es saber quedarse”, mismo que, acaso sea más que literatura, o literatura verdadera, porque habrá de responder a esa tesis sobre el irse y el quedarse, sobre lo mejor y lo pior –con i suena más feo, a poco no–, sobre el resignarse y el luchar por los sueños, sobre cuáles son los sueños a seguir, si los que se sueñan mientras uno duerme o los que se tienen a la hora de despertar. A mi, por las mañanas, me cuesta mucho trabajo despertar; ya entrada la noche, sin embargo, llegan los sueños, justo cuando estoy más despierto. Entonces la decisión se hace inminente: vida o sueño de ella, muerte o escape de ella. Ambas son la misma: literatura: vivida, escrita, leída o ignorada. Sueños, ¿al dormir o al despertar?

1 comentario:

  1. Que tal, Omar.

    Un abrazo y lamento que esa instancia gubernamental corte temporalmente tu cambio de aires. Espero que nos juntemos a organizar algun foro de discusión o curso de filosofía de la ciencia o armar algo de divulgación.
    Está muy bien lo de la beca, yo gano bastante menos y me la banco (7 kpeso), no hay mal que por bien no venga y espero ese fotoálbum y su presentación.

    A mí también me enferma un poco ese predestino que comentas, especialmente cultivado entre las familias "bien" del Cervantes (yo también soy "egresado"). Son muchas las renuncias para ser libre de pensamiento y obra.

    Un gran saludo y un abrazo.

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