Caminaba por la acera frente al Templo del Carmen, rumbo al Exconvento. En una de las bancas, un viejo de rastas negras comenzó a observarme desde media cuadra, con una de sus rastas transformadas en una especie de lupa o monocular. Cuando pasé al lado de él, me siguió con su lupa, girando la cabeza al compás de mis pasos. Cuando comenzaba a estar fuera del alcance de su lente, soltó una expresión de asombro, casi gritando: ¡se parecen las huellas!
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