10 de mayo de 2006

Llega el día

para el poeta Carlos Lurquin

Lo trágico es que, si el hombre es longevo, tiene
que contemplar y sufrir su propio lento derrumbe

Llega el día en que el hombre se satura y se cansa
del amor, del placer, del dolor, de la esperanza,
y se vuelve solitario, empedernido, mudo
como soltera piedra varada en el desierto.

Llega el día en que nada, absolutamente nada
le despierta deseo. Lo ayer apetecido
hoy carece de encanto, de sabor, de alegría,
y no lo incita al beso ni tampoco al orgasmo.

Llega el día en que el hombre, insensible, no ambiciona
ni excitar ni excitarse, ni hacer nido con nadie,
porque cualquier contacto ya le produce náusea
o repulsión a humores muy antes deleitosos.

Llega el día en que el hombre consuela su existencia
con el íntimo invierno de recuerdos y rostros
en que a solas tirita. Esta ilusión helada
es el hada que impide que su carne se hedionde.

Llega el día en que el hombre es su cadáver vivo
que continúa de pie. Y si respira, conversa,
camina a tientas, llora en seco, es tan sólo porque
su mineral corazón aún mueve su sangre.

Llega el día en que el hombre, indigesto del mundo,
detesta los mitos, las religiones, la Biblia,
y quisiera haber nacido sin deidades ni avernos,
libre como las nubes, el aire o el sonido.

Llega el día en que el hombre reniega de su especie
en la que cunde el odio, la crueldad, la ambición,
y más al darse cuenta que hay un ardid latente
con que trata de probarlo aquel que lo creó.

Llega el día en que el día ya no llega, y el hombre
se derrumba en la noche de la eterna niebla,
despojado de rostro, sin memoria, exprimido,
como grano de arena que se pierde en la arena.


(Elías Nandino, Cerca de lo lejos, 1972-78)

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