4 de mayo de 2006

A propósito de Slow Man, de J.M. Coetzee

Uno de los primeros autores que leí, y de los cuales me convertí en fanático de su obra, fue Hesse. Libros para adolescentes, dicen por ahí. Años después releí Narciso y Goldmundo, sólo para descubrir que Hesse es, como muchos otros escritores, autor de un libro único, un tema y un estilo que se siguen repitiendo de libro en libro.

Justo como muchos otros autores ganadores del premio Nobel de Literatura, pero no como todos. El año 2003 marca la diferencia: un autor que escribe un libro distinto cada vez que escribe un libro y no sólo repite lo mismo una y otra vez, como el tan afamado novelista colombiano gusta hacer.

El primer libro que leí de Coetzee fue Age of Iron, donde uno va a Sudáfrica a experimentar la impunidad del poder durante los tiempos del apartheid y la frustración de los que buscan el cambio para darse cuenta que, el que se lleva, pierde. Una novela muy parecida a otra de Brinks, colega de Coetzee, ambas escritas alrededor de la misma época. De hecho, en la novela de Brinks, el personaje, que es un profesor de letras, justo como el autor lo es, pide no ser confundido con Coetzee. ¿Acaso amistad, más que mera influencia?

Ahora pongo sobre la mesa Slow Man, último libro del sudafricano. Primer sorpresa que me llevo: está basada en Australia, en Adelaide y, uno de los personajes principales, Elizabeth Costello, es una novelista de Melbourne, ciudad donde vivo actualmente, debido a mis estudios de posgrado. La lentitud es uno de los temas por los cuales he ido sintiendo mayor interés en los últimos años. De la intensidad a la lentitud, de la velocidad a la contemplación: adultez.

La trama es bastante sencilla: un hombre de edad avanzada y su bicicleta son arrollados por un auto. El hombre pierde una pierna, lo cual lo obliga a detener el paso, a no ir tan aprisa ni a tantos sitios como solía. Consigue una enfermera croata mediante el servicio de beneficencia del estado. Se enamora de ella. El hombre solo, sin familia ni esposa, no tiene a nadie ni es nada para nadie. Ve en la familia de la enfermera a una posible familia putativa. Un hijo al cual dar vida y amor; una hija que cuidar… pero la enfermera es casada… y luego aparece Elizabeth Costello, tras el hombro del hombre solo y sin pierna. Ella parece saberlo todo, ya que según cuenta, él le fue dado a ella… la vida sigue, la intensidad vive de la lentitud, las historias sencillas son aquellas que valen la pena ser contadas. Slow Man habla sobre la vida que no va a ninguna parte, sobre la posibilidad del mañana y los tiempos que se van, sin más.

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