24 de junio de 2006

Cuaderno azul

Ciertos locos -creadores de su propia realidad- han tenido la necesidad de un cuaderno para imprimir su universo. Auster rojo y azul; Wittgenstein marrón; Lessing dorado. Yo compré un Moleskine el año pasado en París; apenas escribí en él. El cuaderno sigue vivo, con bastantes páginas por llenar. Tiene apuntes de matemáticas, literatura, viajes, gastronomía. Luego descubrí los Moleskine de notas, en los que llevo mis apuntes de Sistemas dinámicos caóticos y de Sistemas discretos integrables. Pero me hacía falta uno en el que pudiera decir: ahora sí, en este escribo la novela que he ido arrastrando durante ya un poco más de 10 años, esa novela que me dediqué a vivir y a convertirme en personaje de ficción. Ahora llega el tiempo de mirarme desde la distancia como un autor que mira a sus títeres, como un pintor que mira a la gota de tinta negra escurriendo por su Verano -el de Pollock, quizáz. Hoy lo encontré, creo. Un cuaderno azul de pasta dura, hojas blancas tamaño A4 y 380 páginas, espero suficientes. Y la historia comienza así...

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