24 de julio de 2006

Lucha

¿Por qué luchamos los que no luchamos? ¿Hay una causa justa para matar al otro, al distinto, en el nombre de un dios invisible o una tierra que no es más que polvo? El petroleo, las armas, las ansias de poder y dominación, ¿son suficientes para decirle al vecino quítate que ahí te voy? ¿Será posible llevar la salvación a otros pueblos, supuestamente bárbaros?
Mejor sentarse frente al televisor con el control en la mano, pero no del mundo sino del Playstation o Xbox. Si las ganas de matar son inminentes e imposibles de controlar, ¿por qué no llevar a cabo simulacros todos los días? Así, después de exterminar a un pueblo entero en el televisor, se puede ir tranquilo a la cama, para levantarse al día siguiente e ir a trabajar para combrar otro videojuego, el más avanzado, con gráficos más realistas, movimientos más certeros, más cercanos a la verdadera devastación.
O, mejor, ir a la lucha libre los jueves por la noche, tomar tantas cervezas como sea posible, para gritar y gritar hasta caer en la silla, con la mano ronca y la voz tasajada por la violencia del circo.
Yo me quedo en casa, me embarco en el Pequod. Mañana, la lucha continúa: invariantes dados por leyes de conservación.

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