25 de agosto de 2008

Me rindo, voy por Borges


Con la tos de perro que me cargo, la tos del doctor Chapatín o de un sapo atragantado, y después de ver The Edge of Love, una película en general mala pero con dos actrices guapas (Keira Knightley y Sienna Miller) que comparten, a jalones y trabucos, el amor de Dylan Thomas, fui a la biblioteca (conste que estuve a punto de escribir libreria, por mala traducción de library) de La Trobe University, a hojear entre los poemas de Dylan Thomas. Nada me dijo su verborrea. Insatisfecho, o incapaz de dar el esfuerzo por comprender algo ajeno, desandé mis pasos por el corredor hasta la sección de libros en español. Deambulé por allí y me detuve en la Ar. Borges me echó una ojeada. Ese viejo miope y fascista echando ojeadas. vaya usté a saber!
Entonces decidí, como si el pasillo se estuviese comprimiendo, tomar la prosa completa en dos volúmenes y salir de allí. Creo que la única y mejor manera de leer a Borges es leerlo, por el principio si se puede y de sopetón, de principio a fin, y no como unos cuantos chamacos tapatíos que dicen conocer a Borges porque han leído un cuentito y uno o dos malos poemas. Justo cuando la presión se siente más, en la recta final del doctorado. Qué chingados, es tiempo de mirar al Sur.

Afortunadamente, el copioso estilo de la realidad no es el único: hay el del recuerdo también, cuya esencia no es la ramificación de los hechos, sino la perduración de rasgos aislados. Esa poesía es la natural de nuestra ignorancia y no buscaré otra.
J.L.B.

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