6 de octubre de 2010

viejos vicios

El pasado siempre fue mejor, dicen los que saben. Es cuando uno cree que sabe cuando se vuelve viejo, quizás. Porque la sorpresa toma de la mano a la juventud y, volteando hacia delante, no se dan el tiempo para mirar atrás, a menos que sea sólo para mejorar la experiencia nueva, pero nunca para sobajar la que en las manos se tiene.

Así, siempre resulta mejor pensar en aquella novia de la adolescencia o la juventud temprana, ese amor de verano o de una ciudad extranjera, en el que nomás los recuerdos buenos quedan, donde se llegó al éxtasis sin necesidad de pasar por el conocimiento profundo del otro y, por consiguiente, del yo reflejado en alguien más.

Es cuando uno se vuelve viejo, o adulto, o decide encarar al futuro y aceptar todas las consecuencias y responsabilidades que esto conlleve, que salen a relucir los vicios, las carencias y debilidades del otro, del yo en el otro. Es cuando uno se da cuenta que el cambio radical ya no se dará, cuando se acepta que hay ciertas debilidades con las cuales vivir, y unas cuantas experiencias y cualidades a explotar, que se da la contemplación de la persona como tal.

Yo pienso, o idealizo, todos esos escenarios en los que pude decir: soy feliz. Ahora me contemplo responsable, plasmando caracteres y moviéndome a un paso cada vez más lento, con los vicios que ya se han quedado, tratando de aceptar los propios en el otro, sin más. Qué caray.

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