Hay muchas maneras de matar.
Pueden meterte un cuchillo en el vientre.
Quitarte el pan.
No curarte de una enfermedad.
Meterte en una mala vivienda.
Empujarte hasta el suicidio.
Torturarte hasta la muerte por medio del trabajo.
Llevarte a la guerra, etc...
Sólo pocas de estas cosas están prohibidas en nuestro Estado.
Bertold Brecht
“La nueva técnica novelística se basa, en general, en la idea de que ya no es el escritor quien capta el mundo (como objeto de conocimiento), sino el mundo el que capta al escritor (como objeto de su pulsión sin límites); no obstante, esta concepción provoca transformaciones devastadoras en la llamada literatura, en esa rama del arte que va vegetando con dificultades cada vez mayores”
Imre Kertész.
Ya no se hablar, los textos que he leído me traicionan. Ahora, cada vez que quiero decir un buenos días, o dar mi opinión sobre el clima o la política, me detengo a pensar cómo respondería Woody Allen en Zelig o Bernardo Soares en el Libro del Desasosiego. Ya no soy yo, sino un montón de letras que se han ido acumulando en mí. Cuando falta la persona, aún quedan las palabras.
El Planeta X
Cuando los hombres se hayan extinguido, cansados
de andar sin rumbo dando vueltas al mismo mundo, todavía
quedarán las palabra que escribieron, las grafías traicioneras
que no exoneran a nadie, ni a nada.
El universo olvidará que muchos años antes, cientos
acaso miles, existió la raza humana. Incrédulo,
se volverá como Wittgenstein y su excesiva duda.
Pasará muchísimas veces el cometa Halley alrededor
de la tierra. Se
secarán los mares y volverán a repoblarse, de
agua a veces, magma casi siempre.
Los libros han de morir en
brazos del último poeta, aquel
que
por fin
haya
aprendido
a
callar.
La palabra seguirá presente, impresa en la parte trasera del décimo planeta –o en el que sea que vaya la cuenta.
Pueden meterte un cuchillo en el vientre.
Quitarte el pan.
No curarte de una enfermedad.
Meterte en una mala vivienda.
Empujarte hasta el suicidio.
Torturarte hasta la muerte por medio del trabajo.
Llevarte a la guerra, etc...
Sólo pocas de estas cosas están prohibidas en nuestro Estado.
Bertold Brecht
“La nueva técnica novelística se basa, en general, en la idea de que ya no es el escritor quien capta el mundo (como objeto de conocimiento), sino el mundo el que capta al escritor (como objeto de su pulsión sin límites); no obstante, esta concepción provoca transformaciones devastadoras en la llamada literatura, en esa rama del arte que va vegetando con dificultades cada vez mayores”
Imre Kertész.
Ya no se hablar, los textos que he leído me traicionan. Ahora, cada vez que quiero decir un buenos días, o dar mi opinión sobre el clima o la política, me detengo a pensar cómo respondería Woody Allen en Zelig o Bernardo Soares en el Libro del Desasosiego. Ya no soy yo, sino un montón de letras que se han ido acumulando en mí. Cuando falta la persona, aún quedan las palabras.
El Planeta X
Cuando los hombres se hayan extinguido, cansados
de andar sin rumbo dando vueltas al mismo mundo, todavía
quedarán las palabra que escribieron, las grafías traicioneras
que no exoneran a nadie, ni a nada.
El universo olvidará que muchos años antes, cientos
acaso miles, existió la raza humana. Incrédulo,
se volverá como Wittgenstein y su excesiva duda.
Pasará muchísimas veces el cometa Halley alrededor
de la tierra. Se
secarán los mares y volverán a repoblarse, de
agua a veces, magma casi siempre.
Los libros han de morir en
brazos del último poeta, aquel
que
por fin
haya
aprendido
a
callar.
La palabra seguirá presente, impresa en la parte trasera del décimo planeta –o en el que sea que vaya la cuenta.
Publico un par de poemas en el suplemento cultural Kairos de Puebla. Sólo por andar contaminando gente. Y una manera de conquistar a un par de mujeres, una por cada poema que escribí o, más bien, un poema por cada una que tuve entre mis brazos. La poesía es el arte del amor, no por su tono, sino por su uso.
Hay momentos en la vida en los que quedan pocas opciones. No estoy seguro si uno se va dejando caer en ellos o es el mero entorno el que los delimita. Yo ahora estoy en uno de esos momentos. Por un lado, sujeto al mecanismo de la caja negra del CONACYT, esperando que tomen una decisión en cuanto a mi futuro: dónde viviré, qué estudiaré, con quién lo haré, por los próximos cinco años, mientras estudie el doctorado. Por otro, la literatura que me corroe por dentro y me traiciona cada vez que demuestro un teorema, resuelvo un ejercicio, planteo un modelo, arrancándome el lápiz de la mano, para depositarme, sin mayor oposición, sobre el teclado de mi laptop, o entre las líneas de ese poema de Safo que no me canso repetir: y en su ojos, el negro letargo de la noche. De inmediato surgen las dudas, la existencia posible contra la que ya se tiene, la verdad aparente contra la apariencia de la falsedad –o ficción, pa` que se oiga más bonito–, los huecos que van quedando por tantas cosas que, realistamente, uno tendrá que dejar de hacer. Dicen –los que saben, sino quién– que al final queda el verdadero placer de haber hecho lo que uno debía hacer, aquello para lo que uno es bueno se vuelve un gusto aprendido casi siempre o, tan siquiera, una vida sonorizada por la costumbre. El problema son los que se obstinan por andar sendas nuevas, descubrir senderos apenas vislumbrados. Ahí es cuando viene la locura o el subterfugio que da pie a la creencia en ella.
Durante la juventud uno se atreve. Luego llega la edad, los compromisos; la política. Ser joven es preguntarse siempre, aventurarse a mirar el lago desde la orilla, a estar profundamente insatisfecho e ir contra corriente, creyendo que es la mejor manera. Yo viví así hasta que, de repente, me di cuenta que la adultez estaba a la vuelta de la esquina –sentimiento que experimento de forma más intensa, por vivir en uno de esos recovecos de la ciudad, tatuado por fuera por dos de los grandes iniciadores: Aristóteles, a quien intento rebatir casi siempre, por su innegable principio del medio excluso, y Herodoto, quien convirtió la poesía en una obra confiable para, muchos años después, dejar que un argentino casi ciego hiciera lo contrario: entre ficción y realidad, el mito.
Aquí podría contar una de esas historias favoritas de la adolescencia, de Gibran Khalil Gibran o de Hesse, donde el único loco en el pueblo es, a los ojos de los demás, el sano. Y cómo ese cuerdo hubo de volverse loco para ser aceptado por aquellos que clamaban: “Cuánta alegría por Juan, quien ha recuperado la razón”. Así es el sistema. Uno ha de volverse loco para formar parte de ellos, para fluir sin apenas darse cuenta. Los que no aceptan tomar de tal poción, serán marginados; and tresspasers will be prosecuted.
Apenas puedo seguir sin que los textos leídos me traicionen. Me he ido llenando de tantas voces que apenas escucho la propia. “Qué quieren de mí, yo soy solamente un actor”, grita Mephisto, convertido en Hamlet, al ser iluminado por las luces del nacionalsocialismo, sobre un escenario que más bien pareciera lapidarium. La máscara, la persona, la piel que cae cada mañana al secarnos con la toalla es lo que queda. El interior es imposible ver. Creemos porque es la mejor opción que tenemos; la vida como un milagro, donde el asombro no ha de ceder a la vulgaridad.
Grandes ideas todos tienen. Sí, estoy seguro de ello. A más de uno se le ha ocurrido una tan fabulosa que no puede concebir cómo es que la vida ha logrado transcurrir sin ella. De repente alguien la lleva a la práctica, la materializa dejando ver que no era tan propia como uno creía, sino que ha evolucionado hasta formar parte del inconsciente colectivo. Y los changos siguen pelando plátanos en una isla desierta.
Me fui abandonando lentamente, hasta sentir que casi no podía volver. Ahora no hay puerta allá atrás. Simplemente, me he perdido. Seguro habrá otras por abrir cruzando el pasillo.
Hay momentos en la vida en los que quedan pocas opciones. No estoy seguro si uno se va dejando caer en ellos o es el mero entorno el que los delimita. Yo ahora estoy en uno de esos momentos. Por un lado, sujeto al mecanismo de la caja negra del CONACYT, esperando que tomen una decisión en cuanto a mi futuro: dónde viviré, qué estudiaré, con quién lo haré, por los próximos cinco años, mientras estudie el doctorado. Por otro, la literatura que me corroe por dentro y me traiciona cada vez que demuestro un teorema, resuelvo un ejercicio, planteo un modelo, arrancándome el lápiz de la mano, para depositarme, sin mayor oposición, sobre el teclado de mi laptop, o entre las líneas de ese poema de Safo que no me canso repetir: y en su ojos, el negro letargo de la noche. De inmediato surgen las dudas, la existencia posible contra la que ya se tiene, la verdad aparente contra la apariencia de la falsedad –o ficción, pa` que se oiga más bonito–, los huecos que van quedando por tantas cosas que, realistamente, uno tendrá que dejar de hacer. Dicen –los que saben, sino quién– que al final queda el verdadero placer de haber hecho lo que uno debía hacer, aquello para lo que uno es bueno se vuelve un gusto aprendido casi siempre o, tan siquiera, una vida sonorizada por la costumbre. El problema son los que se obstinan por andar sendas nuevas, descubrir senderos apenas vislumbrados. Ahí es cuando viene la locura o el subterfugio que da pie a la creencia en ella.
Durante la juventud uno se atreve. Luego llega la edad, los compromisos; la política. Ser joven es preguntarse siempre, aventurarse a mirar el lago desde la orilla, a estar profundamente insatisfecho e ir contra corriente, creyendo que es la mejor manera. Yo viví así hasta que, de repente, me di cuenta que la adultez estaba a la vuelta de la esquina –sentimiento que experimento de forma más intensa, por vivir en uno de esos recovecos de la ciudad, tatuado por fuera por dos de los grandes iniciadores: Aristóteles, a quien intento rebatir casi siempre, por su innegable principio del medio excluso, y Herodoto, quien convirtió la poesía en una obra confiable para, muchos años después, dejar que un argentino casi ciego hiciera lo contrario: entre ficción y realidad, el mito.
Aquí podría contar una de esas historias favoritas de la adolescencia, de Gibran Khalil Gibran o de Hesse, donde el único loco en el pueblo es, a los ojos de los demás, el sano. Y cómo ese cuerdo hubo de volverse loco para ser aceptado por aquellos que clamaban: “Cuánta alegría por Juan, quien ha recuperado la razón”. Así es el sistema. Uno ha de volverse loco para formar parte de ellos, para fluir sin apenas darse cuenta. Los que no aceptan tomar de tal poción, serán marginados; and tresspasers will be prosecuted.
Apenas puedo seguir sin que los textos leídos me traicionen. Me he ido llenando de tantas voces que apenas escucho la propia. “Qué quieren de mí, yo soy solamente un actor”, grita Mephisto, convertido en Hamlet, al ser iluminado por las luces del nacionalsocialismo, sobre un escenario que más bien pareciera lapidarium. La máscara, la persona, la piel que cae cada mañana al secarnos con la toalla es lo que queda. El interior es imposible ver. Creemos porque es la mejor opción que tenemos; la vida como un milagro, donde el asombro no ha de ceder a la vulgaridad.
Grandes ideas todos tienen. Sí, estoy seguro de ello. A más de uno se le ha ocurrido una tan fabulosa que no puede concebir cómo es que la vida ha logrado transcurrir sin ella. De repente alguien la lleva a la práctica, la materializa dejando ver que no era tan propia como uno creía, sino que ha evolucionado hasta formar parte del inconsciente colectivo. Y los changos siguen pelando plátanos en una isla desierta.
Me fui abandonando lentamente, hasta sentir que casi no podía volver. Ahora no hay puerta allá atrás. Simplemente, me he perdido. Seguro habrá otras por abrir cruzando el pasillo.
La idea de publicar se vuelve cada vez más intensa. No es sólo el hecho de poder mostrar mi obra ante la gente, sino la posibilidad de realizar actos contestatarios, revolucionarios, por el puro placer de ir en contra del sistema, declarando sus fallos y aciertos, con la mayor honestidad posible. De hecho, lo que en verdad duele es la verdad, aquello que se dice y uno no puede desmentir pero, aterrorizado ante la pena de saberse expuesto a su propia humanidad, decide enterrar en el jardín trasero del patio de la abuela, aquella viejecita que nunca aceptó su papel como jefa del matriarcado, cediéndolo a la locura exacerbada de la hija mayor, deseosa de sangre y poder a través del dinero y la falsa belleza que producen los productos cosméticos franceses.
Un poema o un recado, una nota o una declaración de impuestos, un texto inventado o una copia fidedigna de la realidad. Todos son literatura, escritura en su forma más refinada, en ciertos casos. Pero, ¿qué hace que la literatura se considere como arte mientras que la mera escritura o elaboración de textos no? ¿En verdad hay un patrón confiable en cuanto a la estética de la humanidad? Para mí, un manual de operación del control remoto universal o un diccionario de fútbol son igual de valiosos que la primera –o última en sentido inverso– edición del Quijote.
Un poema o un recado, una nota o una declaración de impuestos, un texto inventado o una copia fidedigna de la realidad. Todos son literatura, escritura en su forma más refinada, en ciertos casos. Pero, ¿qué hace que la literatura se considere como arte mientras que la mera escritura o elaboración de textos no? ¿En verdad hay un patrón confiable en cuanto a la estética de la humanidad? Para mí, un manual de operación del control remoto universal o un diccionario de fútbol son igual de valiosos que la primera –o última en sentido inverso– edición del Quijote.
Fui al Fondo de Cultura Económica a recoger el último ejemplar de Spiral, revista un tanto contestataria que ha publicado un artículo mío, en su sección re-conocer, sobre el científico mexicano, físico de partículas y maestro mío, Guillermo Contreras, a quien conocí en Mérida y quien vive ahora en Ginebra –no en la bebida–, trabajando para el acelerado de partículas de por allá.
Expansión
Te crece sólo para hundirte
Después de tanto jalar te das cuenta que ya no es suficiente
El vacío se vuelve cada vez más difícil de llenar
Y los sueños vueltos telarañas grises, los
abismos incrustados en la llama de acero inoxidable, los
amores canjeados por falsas libertades, los
ríos que han dejado de correr, los
lienzos jamás pintados
te recuerdan la volatilidad del tiempo
y
el espacio te consume al contraerse hacia ti
¿En verdad creías que la expansión era favorable?
No importa; lo mejor de todo es lo de
menos
Te crece sólo para hundirte
Después de tanto jalar te das cuenta que ya no es suficiente
El vacío se vuelve cada vez más difícil de llenar
Y los sueños vueltos telarañas grises, los
abismos incrustados en la llama de acero inoxidable, los
amores canjeados por falsas libertades, los
ríos que han dejado de correr, los
lienzos jamás pintados
te recuerdan la volatilidad del tiempo
y
el espacio te consume al contraerse hacia ti
¿En verdad creías que la expansión era favorable?
No importa; lo mejor de todo es lo de
menos
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