Ni con los ojos abiertos se puede ver
lo que no se puede ver
Zatoichi
Ya no quedan estrellas de porcelana ni quimeras de cristal.
La ciencia ha robado las ideas de los poetas, los misterios
quedan inconclusos por su amplia imaginación.
¿Si en verdad supiéramos todo, seríamos Dios?
Hölderlin aparece siempre. Ahora no escribimos sin dioses;
apenas nos damos cuenta de su existencia.
Hace unas cuantas horas, todo era tan diferente: la
lluvia inundaba las calles de verdad, los
hombres bajo el sol –cometa de oscilante luz– sudaban, el
tiempo se medía en fragmentos absolutos y no
relativamente, según dictara la conciencia individual.
A la poesía la asaltaron un día que dios estaba enfermo; desde
entonces, Velasco y su putita están por encima de Vallejo y su
hombre con pan al hombro –o Buñuel y su bolsa de cartón.
¿Por qué continuar una farsa imposible de esclarecer? Será
por necedad, necesidad o heces de la edad.
Noticia de último momento: “astrónomos ven luz
de planetas extrasolares.” Un hombre
y una mujer se encuentran. La luz se vuelve
una colina donde juguetean los amantes: árbol,
hormiga, araña, serpiente, compañía, soledad.
¿Existe un punto donde la lentitud y la intensidad
logren confluir? La metáfora es la siguiente: un
corredor de fórmula uno atraviesa la curva final; casi
saliendo, pierde el control. Un segundo apenas, antes
de volver al vacío de la luz, a la transparente cristalidad
de la muerte, mira la gama entera de colores –del azul al
rojo– y se vuelve luz más ansiosa que la intensidad misma.
Te echas una siesta, despiertas y te encuentras hecho un vejete.
Hojeas el periódico: el mundo es totalmente desigual.
Asustado, te levantas y miras al espejo. No
reconoces la luz que te rodea. No te
gusta mirar, prefieres ver.
Al margen el
abismo:
yo
Nota al margen: Zatoichi es, a mi parecer, el Quijote japonés: anacrónico, mejorado. Gracias a la brillante iluminación de Kitano, el personaje cobra vida en la pantalla grande.
Es necesario que el poema tenga ritmo visual, un acompañamiento y una senda que ande, discretamente, con el lector.
En literatura todo es indispensable, sacrificable; todo menos una buena idea.
¿Puede hablarse, realmente, de una disciplina para el genio?
¿Existe la verdadera inspiración creadora o, por el contrario, es la razón la que va dictaminando el invento o descubrimiento, el alumbramiento de la idea o la perfección de cierta técnica?
Sparkle
Siglos pasan y seguimos sin desaparecer
Siluetas solitarias, sirenas silenciadas
Sonidos desarmados, sendas sigilosamente serenas
Saberse sin sentidos es soñar sabiamente siempre
Seres de simple suculencia
Si sí, sí. Si no,
será suelo, sima y soledad
Del Colegio al Centro, breves apuntes sobre la educación privadaLa educación, ¿es una vocación, un amor a la formación de personas íntegras, con valores, o es un mero negocio? La respuesta puede parecer demasiado obvia; de hecho, casi todos optarían por la primera aunque, casi siempre, sea la segunda la que prevalece. Yo vengo de una gran tradición de enseñanza formal: en el Montessori aprendí a hacer lo que quería hacer, cómo y cuando lo quería hacer; los Maristas me dieron, de manera implícita, a través de su excelente profesorado –aunque estricto– y su lúgubre biblioteca –con todos sus libros prohibidos– el gusto por el saber, la ciencia y la literatura. Como quien dice, me formé de una buena educación gracias a los esfuerzos de mis padres. Será la melancolía de los tiempos que se van, del pasado que, según uno, siempre es mejor que el presente, la generación propia que la actual, pero podría apostar que hoy día, los esfuerzos de los padres –aunque para pocos no sea tanto, más bien una bendición: deshacerse del chamaco por un rato– no reditúan en tan buena formación.
En mi experiencia como docente –profesor de matemáticas y física para tercero de secundaria y preparatoria– me he encontrado con las fallas y aciertos del sistema. He pasado por colegios muy diversos: uno para adolescentes problemáticos, no aceptados –o rechazados– por casi todos los otros colegios; un centro fascista –a ojos de los de fuera ya que, dentro había una verdadera convicción en la disciplina, el conocimiento y la autorregulación– donde los alumnos buenos permanecen mientras que los malos son eliminados como una verdadera plaga; y finalmente un centro donde se promueve –y se pavonea– la creencia en la libertad de expresión, la conciencia crítica y la disciplina no impositiva donde, por el contrario, el alumno se sume en el tedio de no saber su identidad y la institución se revuelca en indecisiones burocráticas que no llevan más que al descontento del profesorado y, por ende, al de los estudiantes, principales afectados del estado de ánimo del maestro. Sí, porque –según los que saben– vivimos en un mundo donde hay personas –tanto adolescentes como adultos– con problemas de déficit de atención, y donde la inteligencia emocional parece contar –erróneamente– más que la intelectual –o racional.
Es de este centro en específico del cual quiero hablar. Espero poder mostrar cómo la educación debe ser hecha por verdaderos educadores, personas con un amor a la adquisición y reparto del conocimiento, y no por meros hombres o mujeres especializados en negocios. Creo que no podemos seguir arriesgando la educación de nuestros hijos en manos de personas que actúan por motivaciones meramente externas, como la de adquirir un auto nuevo –BMW de preferencia– o terminar de construir su casa. No, en definitiva, una escuela no es un negocio. Por lo menos no en cuanto a su principal motivo o justificación de existencia.
El ruido de un camión
El invierno o lo que sobra del día
Petrificación insepulta en mi costilla izquierda
En el espacio de los duendes cualquier enano es un gigante
Murmullos, escucho murmullos
Alguien tararea una melodía imposible de identificar
Siluetas cambiantes enredadas por el viento:
<
Acaso sea la primavera, el desfile estival
Interesante reto en la poesía: cómo nombrar a algo sin en verdad nombrarlo. Si el título del poema refleja la verdad, el poema no podrá más que evocarlo, a través de metáforas, permitiendo ir adonde uno en verdad quiere: a la esencia de las cosas, y de la vida, en particular.
No me queda otra opción más que permanecer atado a la máquina, ideando cómo escapar de mi propia cama. Tengo miedo a desprenderme del teclado. Me da una cierta seguridad, acaso incierta o meramente inventada, pero seguridad.
Escenas de vida que no he vivido
Voy saliendo de los tacos gigantes Las Américas, después de echarme uno de cachete, un par de consomés y unas ocho tortillas pa´ apaciguar el hambre, o el instinto de la carne, cuando me topo justo frente a un policía, de esos tan decrépitos que cargan orgullosamente el semblante de corruptos hideputas. Llevo en la mano medio vaso de agua de arroz, que me han invitado sin que en verdad me guste. Una fabulosa idea comienza a invadirme; primero la cabeza, luego por completo: lanzar el vaso justo a la cara del pinche pitufo este. Sería divertidísimo, ¿a poco no?
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