22 de mayo de 2005

La invención de la oscuridad (primera entrega)

Relato publicado por entregas en el suplemento cultural "La Cultura en Occidente" del diario El Occidental el domingo 22 de mayo y por los siguientes domingos hasta concluir el libro:

¿Cómo explicarlo? Las palabras muestran su incompletitud y fragilidad en el intento de mostrar la vida tal cual es, la vida verdadera, según cada uno la ve, con los matices únicos que la hacen irrepetible, irreversible. Un hombre y una mujer se conocen en un momento que desean alargar por siempre. Esa es la realidad de la vida. Lo demás es mero trámite, un artificio encarado por el más ingenuo. Así de sencilla es la historia. Lo hermoso de todo esto es la disposición de los eventos, las fatualidades, casualidades y causalidades que se muestran en el ínter. No voy a ninguna parte; sin embargo, me muevo. Pero permanezcamos juntos un poco más hasta que, agotado de tu propia vida, decidas tomar prestada una ajena, a través de las letras que forman palabras incrédulas y maravillosas, seguras y desastrosas. Un hombre llega a una habitación oscura. Eso es todo lo que sabemos. De dónde viene, a dónde va, son meros artificios, banalidades desprendidas de la ilusión del correr del tiempo. Entonces digamos, de una mejor manera, para omitir la incertidumbre: un hombre está en una habitación oscura. Qué tan oscura, depende de tu percepción. Si has estado en la oscuridad, en esa que te envuelve desde dentro, paralizando tus párpados al deseo de ver, sabrás de lo que te hablo. Si nunca has experimentado semejante oscuridad, por más que intente explicarte y me desviva (o que se desvivan las palabras), no me entenderás jamás. Dejemos el tema de la oscuridad.


El hombre está recostado sobre la cama, si es que la hubiera (no olvidemos nuestra imposibilidad de ver ante la falta de luz). Decidamos creer un poco al autor de esta estúpida historia, quien parece dubitativo entre el jazz y la electrónica. Los actos de fe han sido considerados un estilo de vida hasta hace unos años: dios existe porque lo digo yo. Este hombre apenas se mueve. Uno pensaría que está dormido, meditando o muerto. La meditación no es lo suyo, aunque antes lo fue. Si, ya se. ¿Cómo hablar de un tiempo que no existe en el presente? En fin, el hombre sueña una historia que se desenvuelve en otro sitio, remotísimo, al menos en su imaginación. ¿Un rincón de la Mancha, la Ciudad Vieja por donde deambulaba Samsa, la Granville o un coffe shop frente a uno de los tantos canales idénticos de la ciudad? Qué mas da. Igual que la oscuridad, pasa con los lugares: si uno ha ido bueno; sino, pues no.La imposición diagramal de la escritura nos imposibilita a la simultaneidad. Seguro ha habido intentos; de inmediato, uno pensará en los españoles o franceses de la segunda mitad del siglo pasado. Pero ya chale con ellos, ¿no? Ya han pasado cuatro años, y vamos por el quinto ­–no hay quinto malo–, del tercer milenio. Apenas en los miles y ya nos creemos sabios como especie, mucho más evolucionados que el resto del universo. ¡Vaya ilusión! Sigues con la idea del cuarto negro, negrísimo, ¿verdad?Seamos realistas. El hombre no está en su sano juicio. Si lo estuviese, ¿se quedaría tendido durante horas en la oscuridad? De inmediato a emitir juicios, deberías estar avergonzado de ello. Mejor, dedícate a contar una buena historia, una que al menos sirva para ir al baño después de unos siete tacos de: por favor inserte su relleno favorito.


Cuando están juntos parece que el tiempo no existe. Voltean a verse con un aire de complicidad permeable. Se han descubierto en la soledad del otro. Compañía no es mas que un pretexto para encontrarse. Lo que se calla, se olvida; lo que se escribe, vive por siempre. El hombre y la mujer, antes desconocidos, entran a una habitación –la de él, para evitar comprometer a la dama–, y se tienden sobre la cama, con unas ganas y un deseo incontrolables. Se saben cómplices del tiempo, víctimas de un accidente –en su sentido más formal: cambio de coordenadas espacio-temporales–, invitados a tomar café y pay de queso con zarzamora. El postre eres tú, le dice ella, pero de diferentes sabores: fresa, kiwi, manzana, para cambiarle todos los días. Él no hace más que sonreír y abrazarla, o hace todo lo que está en sus manos: ante lo que no se puede hablar, mas vale callar.Al salir de la habitación ya no serán los mismos que cuando entraron. El tiempo corrió allá afuera; para ellos fue un largo presente. El problema con los instantes es su no durabilidad y, aun cuando éste pudiese alargarse tirando de un cordón o amarrando poleas al sol, el precio de la alteración del orden se haría evidente.Se recuerdan juntos en otra vida. A él, ella le parece familiar. Lo mismo le ocurre a ella. Otro nombre, otro sitio, pero el mismo amor. Saben que la vida les ha dado otra oportunidad, los ha dejado aferrarse a la verdadera existencia, con la sabiduría del que se sabe fugaz. Tenían un camino fácil, preestablecido. Han abandonado la comodidad por el placer de lo intenso. ¡Qué torpes, verdaderamente torpes! Si tan solo se dieran cuenta de cuán fácil es llevar una vida mediocre: levantarse por la mañana para ir a un trabajo que no disfrutan, llegar a casa cansado, tomar unos rones y estirar las piernas al compás de los ronquidos del otro. Pero no, decidieron atreverse a vivir. Ahora no saben nada de nada; están felices.La habitación no tiene nada de especial. Digamos que está amplia, con espacio suficiente para andar entre la cama, con su cabecera y dos burós, el escritorio incrustado al lado del clóset, y la amplia ventana, casi siempre con las persianas corridas. Imagínate tu cuarto, el verdadero o el de tus sueños. Imagínate que tú eres él o ella. ¿Qué harías al encontrarte con la persona que más amas?

1 comentario:

  1. Anónimo10:28 a.m.

    Me gusta tu manera de narrar, ya que brinda un espacio en el cuál uno puede construir la historia con sus propios nombres, con su propia habitación, con sus propios instantes que cómo bien mencionas; fugaces, pero llenos de intencidad.

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