24 de mayo de 2005

Un fragmento de Amos Oz

Así empezó Yoel Ravid a renunciar. Ya que podía observar, le parecía bien observar y callar con ojos cansados pero abiertos hacia la profunda oscuridad. Y si se tiene que enfocar la mirada y mantenerse vigilante durante horas y días, incluso años, es lo que mejor podemos hacer, con la esperanza de que se repita un momento raro, imprevisto, uno de esos momentos en que la oscuridad brilla durante un segundo y entonces viene un centelleo, un fulgor rápido que no podemos permitirnos perder ni retener distraídamente, porque tal vez nos señala que no tenemos nada, salvo emoción y humildad.
(Las Mujeres de Yoel, Amos Oz, CONACULTA, México, 1990)

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