En La Cultura en Occidente de El Occidental, domingo 29 de mayo:
Ella. Se extiende el espacio y sus pasos apenas se sienten. El ritmo carente de melodía no es canción. La poesía no está sólo en las letras sino incrustada en el movimiento, sucesión de instantes de vida. Y de muerte, ¿por qué no? Ella se mueve al compás de la luna; falta poco para cuarto menguante, apenas un barrunto, una pincelada. Una caja vacía, un alivio momentáneo. La brisa marina, el bosque al atardecer, la playa nevada de noche.
El hombre parece gozar de un gran sosiego, mismo que le da la soledad, la compañía de si mismo. La oscuridad le permite aniquilarse físicamente; él es un firme creyente en la teoría de la cueva y la luz allá afuera. Ha hecho este experimento para probarse que el hombre sí puede vivir en condiciones de ignorancia, de ceguera e insensibilidad ocular. Ver no se refiere simplemente a lo visual; para él, el concepto va mucho más allá, a la verdadera aprehensión del hecho o concepto en cuestión. De esta manera, se considera capaz de ir desarrollando otros sentidos, mucho más importantes según su necesidad cobrada, palpable al entrar en la oscuridad.
Pero, ¿cuáles son los sentidos realmente importantes? ¿Cómo cambia el universo según la percepción que tengamos de él? En verdad, ¿vemos lo que vemos? El hombre se hace estas y otras preguntas mientras está recostado, inmóvil, impávido, sin gesto aparente. Si, estoy de acuerdo, ¿cómo afirmar tal carencia si no hay manera de ver? Aquí, de nuevo, entra la magia del narrador, de esa persona en la cual tú, lector, debes creer, aunque sea un poco, por mero acto de fe. Constatar el hecho literario sería una barbaridad, ¿o no?
Él, ella; ella, él; los dos, ambos. Interrupciones fortuitas, inesperadas, desencadenadas, sin más.
Ella está siempre presente, aun cuando se haya disuelto en sueños de coral. Hoy es casi luna llena, le falta sólo un día. ¿Será conciente de los sueños de él con ella? Imposible saber. Su estado de ánimo cambia según el día: nublado, bochornoso, de tormenta irascible, soleado, tranquilo o aniquilador. Tantos estados distintos y tan pocas opciones de adivinación. (Este texto podrá reinterpretarse según el sexo del lector). Con la luna llena llegarán los cambios en las mareas, especialmente en sus fluidos internos. Ella es un mar. (De nuevo la acotación: la metáfora no es gastada: el mar siempre será el mar).
La oscuridad, el delirio de tenerlo todo y perderlo en un santiamén. El hombre ingresó al recinto por su propio pie. Los rumores de los vecinos comienzan a sentirse cada vez más. Tendré que ir al edificio y tener una conversación con ellos. Ayer lo intenté sin fruto. Hay quienes hablan de pactos con el diablo y la necesidad de un exorcismo; otros manejan la idea del desamor, de la amante infiel, la pérdida de la fortuna, el fracaso intelectual, la huída de un peligrosísimo asesino (hashishin, cabe reafirmar), la depresión severa, una enfermedad inventada en una de las nuevas guerras, una transformación, meditación, experimento televisivo… Cada uno de ellos tiene la verdad y apuesta su vida en ello. Curiosamente, y según nuestros tiempos, la verdad es única, pero hay un infinito número de ellas. No hay una realidad y una historia, sino muchas en las que es posible vivir. El hombre abandonó su historia a favor de la infinidad. ¿Para qué vivir una sola si se pueden ensoñar todas?
Cuando están juntos se podría asegurar que viven realmente. Todas las historias de la humanidad pasan entre sus manos. Al menor roce, se desata una tormenta, una lluvia tupidísima, con truenos y relámpagos. Ellos no tienen miedo. O acaso si, estén aterrorizados, pero no del tiempo y sus consecuencias, sino de los sentimientos que han ido naciendo hacia el otro. Se miran y se vuelven invisibles. Respiran y, de una bocanada, aspiran el mundo entero. No creen en la verdad, aunque aman las historias. Han llegado a dudar, en el más intenso de los paroxismos, de su propia existencia.
Su actividad favorita es tirarse sobre la cama durante horas. Conocen cada grieta del techo, la luminosidad incandescente de la lámpara frente a ellos, el lugar donde guardan su medicina (Cannabis indica o sativa), el apagador, la vela blanca a la derecha, la naranja a la izquierda, las sábanas blancas y su colcha azul que casi siempre termina en el suelo, el tapete donde se quitan los zapatos, el escritorio con unos cuantos papeles, discos y una Meisterstuck, el clóset a medio cerrar, donde se ven dos toallas, un desodorante, camisetas y chamarras; los calzones y calcetines están dentro del cajón de arriba; hay uno faltante.
Así pasan la tarde entera, mirando al techo, charlando, jugando: amándose. Si, el juego es la mejor expresión del amor. El juego y la continuidad.
La vida se sigue repitiendo. Hay quienes hablan de reencarnación. Yo creo que si se da, pero no otra en otra vida, sino en la misma, otras. Supongo que uno tiene ciertas historias, maneras de contar los hechos, y de ahí no se mueve. Así, los personajes que uno conoce –inventa–, siempre son los mismos, salvo homomorfismos. (Inevitablemente, aquí entran las matemáticas; el lector con ciertas bases lo sabrá).
Él es un hombre que ha viajado, leído y practicado ciencia. Ella es una filósofa aventurera, amante de los sentimientos, paciente dueña de la luna llena. Ellos han vivido en la oscuridad durante demasiado tiempo. Cuando se levantan temprano, los días los desconocen. Habituados a la noche, los cafés, las cervezas, vinos y canutos, el resplandor de la mañana les parece desconocido. Son una raza aparte, o al menos eso imaginan. Yo creo que no tienen nada de especial, sino que son uno más entre las masas, igual que tú, lector. ¡Ah, te creías especial! Disculpa, aún es momento de abandonar el texto e instalarte sobre la cama a mirar el televisor, donde siempre hay buena programación, o al menos un zapping saludable.
El hombre parece gozar de un gran sosiego, mismo que le da la soledad, la compañía de si mismo. La oscuridad le permite aniquilarse físicamente; él es un firme creyente en la teoría de la cueva y la luz allá afuera. Ha hecho este experimento para probarse que el hombre sí puede vivir en condiciones de ignorancia, de ceguera e insensibilidad ocular. Ver no se refiere simplemente a lo visual; para él, el concepto va mucho más allá, a la verdadera aprehensión del hecho o concepto en cuestión. De esta manera, se considera capaz de ir desarrollando otros sentidos, mucho más importantes según su necesidad cobrada, palpable al entrar en la oscuridad.
Pero, ¿cuáles son los sentidos realmente importantes? ¿Cómo cambia el universo según la percepción que tengamos de él? En verdad, ¿vemos lo que vemos? El hombre se hace estas y otras preguntas mientras está recostado, inmóvil, impávido, sin gesto aparente. Si, estoy de acuerdo, ¿cómo afirmar tal carencia si no hay manera de ver? Aquí, de nuevo, entra la magia del narrador, de esa persona en la cual tú, lector, debes creer, aunque sea un poco, por mero acto de fe. Constatar el hecho literario sería una barbaridad, ¿o no?
Él, ella; ella, él; los dos, ambos. Interrupciones fortuitas, inesperadas, desencadenadas, sin más.
Ella está siempre presente, aun cuando se haya disuelto en sueños de coral. Hoy es casi luna llena, le falta sólo un día. ¿Será conciente de los sueños de él con ella? Imposible saber. Su estado de ánimo cambia según el día: nublado, bochornoso, de tormenta irascible, soleado, tranquilo o aniquilador. Tantos estados distintos y tan pocas opciones de adivinación. (Este texto podrá reinterpretarse según el sexo del lector). Con la luna llena llegarán los cambios en las mareas, especialmente en sus fluidos internos. Ella es un mar. (De nuevo la acotación: la metáfora no es gastada: el mar siempre será el mar).
La oscuridad, el delirio de tenerlo todo y perderlo en un santiamén. El hombre ingresó al recinto por su propio pie. Los rumores de los vecinos comienzan a sentirse cada vez más. Tendré que ir al edificio y tener una conversación con ellos. Ayer lo intenté sin fruto. Hay quienes hablan de pactos con el diablo y la necesidad de un exorcismo; otros manejan la idea del desamor, de la amante infiel, la pérdida de la fortuna, el fracaso intelectual, la huída de un peligrosísimo asesino (hashishin, cabe reafirmar), la depresión severa, una enfermedad inventada en una de las nuevas guerras, una transformación, meditación, experimento televisivo… Cada uno de ellos tiene la verdad y apuesta su vida en ello. Curiosamente, y según nuestros tiempos, la verdad es única, pero hay un infinito número de ellas. No hay una realidad y una historia, sino muchas en las que es posible vivir. El hombre abandonó su historia a favor de la infinidad. ¿Para qué vivir una sola si se pueden ensoñar todas?
Cuando están juntos se podría asegurar que viven realmente. Todas las historias de la humanidad pasan entre sus manos. Al menor roce, se desata una tormenta, una lluvia tupidísima, con truenos y relámpagos. Ellos no tienen miedo. O acaso si, estén aterrorizados, pero no del tiempo y sus consecuencias, sino de los sentimientos que han ido naciendo hacia el otro. Se miran y se vuelven invisibles. Respiran y, de una bocanada, aspiran el mundo entero. No creen en la verdad, aunque aman las historias. Han llegado a dudar, en el más intenso de los paroxismos, de su propia existencia.
Su actividad favorita es tirarse sobre la cama durante horas. Conocen cada grieta del techo, la luminosidad incandescente de la lámpara frente a ellos, el lugar donde guardan su medicina (Cannabis indica o sativa), el apagador, la vela blanca a la derecha, la naranja a la izquierda, las sábanas blancas y su colcha azul que casi siempre termina en el suelo, el tapete donde se quitan los zapatos, el escritorio con unos cuantos papeles, discos y una Meisterstuck, el clóset a medio cerrar, donde se ven dos toallas, un desodorante, camisetas y chamarras; los calzones y calcetines están dentro del cajón de arriba; hay uno faltante.
Así pasan la tarde entera, mirando al techo, charlando, jugando: amándose. Si, el juego es la mejor expresión del amor. El juego y la continuidad.
La vida se sigue repitiendo. Hay quienes hablan de reencarnación. Yo creo que si se da, pero no otra en otra vida, sino en la misma, otras. Supongo que uno tiene ciertas historias, maneras de contar los hechos, y de ahí no se mueve. Así, los personajes que uno conoce –inventa–, siempre son los mismos, salvo homomorfismos. (Inevitablemente, aquí entran las matemáticas; el lector con ciertas bases lo sabrá).
Él es un hombre que ha viajado, leído y practicado ciencia. Ella es una filósofa aventurera, amante de los sentimientos, paciente dueña de la luna llena. Ellos han vivido en la oscuridad durante demasiado tiempo. Cuando se levantan temprano, los días los desconocen. Habituados a la noche, los cafés, las cervezas, vinos y canutos, el resplandor de la mañana les parece desconocido. Son una raza aparte, o al menos eso imaginan. Yo creo que no tienen nada de especial, sino que son uno más entre las masas, igual que tú, lector. ¡Ah, te creías especial! Disculpa, aún es momento de abandonar el texto e instalarte sobre la cama a mirar el televisor, donde siempre hay buena programación, o al menos un zapping saludable.
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