Cuanta saudade.
Cuanta soledad.
El hombre, la mujer. Se miran y desaparecen. Un disparo de niebla y la vida se va. Los recuerdos, quedan los recuerdos. El hombre sueña en la oscuridad.
Cuando parecía que su encuentro estaba próximo, casi inmediato, se desvaneció todo. Llevaban meses en la distancia, comunicándose de vez en cuando mediante mensajes por el celular. Él ya había comenzado a olvidar su voz. Ella, lo evocaba a cada instante, cometiendo acciones, supuestamente, en su honor: el gusto por el café, la soledad, el mar. Al anochecer los dos volteaban hacia el cielo, buscando el estado de la luna. Podían distinguir con precisión una llena de aquella que estaba pasada o faltante por un día. En el reflejo del amor se encuentran las ilusiones lunares, los sueños de los amantes.
Él había comenzado a desesperarse, a perder la paciencia. Ahora todo le molestaba: levantarse por la mañana para ir a trabajar, en un empleo que aborrecía cada día más; dirigirse a casa de sus padres a comer para ahorrar unos cuantos pesos, que ya juntos no servían de mucho, de cualquier manera; pasar la tarde en vela, intentando entretenerse leyendo Robinson Crusoe o alguna de las novelas oulipianas de Georges Perec, donde la combinación adecuada de elementos constituyen las instrucciones de uso para la vida.
De un lado a otro, caminando sin ir a ningún lado. Decidió no andar más, acostarse en una habitación oscura, y dejar pasar; vivir y dejar pasar.
Ella se fue evaporando en el fondo del mar.
Las historias pueden ser contadas a través de los encuentros. Si un hombre y una mujer lo hacen, el mundo se detiene, esperando la jugada siguiente. El amor es un juego de ajedrez: la dama poderosa anda tras el rey, viejo e impotente. El tablero y las demás piezas no son mas que la pista de baile donde se desarrolla la acción. El juego avanza; el tablero va quedando desierto. Al final, ella y él, solos, en el vacío de la retícula cuadrangular. El hombre está en jaque mate. La oscuridad lo ha inmovilizado.
Te sorprendes sentado al retrete, con estas páginas firmemente agarradas, tratando de encontrar una explicación a lo entrante mediante lo que sale. Tu cabeza se conecta con tu colon. Las manos aprisionan las letras inservibles, los excrementos de una generación a punto de quedar invalidada. Los grafos desaparecerán; las historias de amor y desamor, de encuentros fortuitos y planeados, continuarán.
De nuevo, la invitación que ya te había hecho antes: mejor ve a mirar el televisor durante horas, hasta que te duela el pulgar de tanto presionar el control remoto, y tu cuerpo haya declinado la fuerza para mantenerse horizontal, volviendo a un estado larvario o lagartijesco. La vida a través de la televisión es casi igual a la verdadera, pero mejor. Cada semana te encuentras, como lo harías con parientes y vecinos reales, con personajes casi idénticos a estos, pero mucho más ricos, mejor parecidos y más felices. Lo mismo pero mejor; ¿para qué gastar la vida propia cuando puedes vivir la de alguien mas?
El hombre está recostado en la oscuridad; no tiene televisor.
31 de julio de 2005
La invención de la oscuridad (décima y última entrega)
Publicado en: La Cultura en Occidente, domingo 24 de julio
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Omar... es impresionante. Me ha gustado especialmente la metáfora del retrete. 'La invención de la Oscuridad' está basada en la vida de Pessoa, ¿verdad? Hay tantos pasajes que me recuerdan... Me encantó la décima y tristemente última entrega.
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