12 de julio de 2005

Tentativa de agota un lugar parisino. Georges Perec

(Traducido por Jorge Fondebrider. Beatriz Viterbo Editora, Rosario, 1992. Título original: Tentative d’épuisement d’un lieu parisien, 1975)

Hay veces que los prólogos o notas preliminares son mejores que el texto que presentan. En Tentativa de Perec, Jorge Fondebrider nos permite conocer un poco sobre la manera en que Perec elabora sus textos; la develación de la estructura puede resultar más importante que el caparazón en sí. De esta manera trabajan los adscritos a Oulipo (Taller de literatura potencial), además de Wong Kar-Wai en el cine moderno oriental y Paul Auster, en lo que refiere a novela actual. El ritmo y la estructura, dejando que el lector arme sus propios relatos a partir de unas ciertas bases.
De la nota preliminar, entresaco unas cuantas ideas:

Perec se propone, (según hace constar en el breve ensayo”¿Aproximación a qué?”, un trabajo que, a modo de declaración de principios o justificación, abre el pequeño volumen L`infraordinaire), “Interrogar lo que tanto parece ir de suyo que ya hemos olvidado su origen. Volver a encontrar algo de la sorpresa que podían experimentar Jules Verne o sus lectores frente a un aparato capaz de reproducir y de transportar los sonidos. Porque esa sorpresa existió, y miles de otras, y son ellas las que nos han modelado.”

En “Notas sobre lo que busco” (que abre Penser/Classer ) Perec
intentó una clasificación de sus trabajos: “Si trato de definir lo que quise hacer desde que comencé a escribir, la primera idea que me viene a la mente es que nunca escribí dos libros semejantes, nunca tuve ganas de repetir un libro, una fórmula, un sistema o una manera ya elaboradas en un libro precedente. Esta versatilidad sistemática varias veces desorientó a algunos críticos preocupados por volver a encontrar de un libro a otro la ‘huella del escritor’; y quizás también ha desconcertado a algunos de mis lectores. Me valió la reputación de ser una especie de computadora, una máquina de producir textos. Por mi parte, me compararía más bien a un campesino que cultiva diversos campos; en uno sembraría remolachas, en otro alfalfa, en un tercero maíz, etc. De la misma forma, los libros que escribí se asocian a cuatro campos diferentes, cuatro modos de interrogación que plantean, a fin de cuentas, la misma pregunta, pero que la formulan según perspectivas particulares que, para mí, corresponden cada vez a otro tipo de trabajo literario. La primera de esas interrogaciones puede ser calificada de ‘sociológica’: cómo mirar lo cotidiano; se encuentra en textos como Les Choses, Espèces d’espaces, Tentative de description de quelques lieux parisiens, y del trabajo realizado con el equipo de Cause commune alrededor de Jean Duvignaud y de Paul Virilio; la segunda es de orden autobiográfico: W ou le souvenir d’enfance, La Boutique obscure, Je me souviens, Lieux où j’ai dormi, etc; la tercera, lúdica, remite a mi gusto por las restricciones, las proezas, las ‘gamas’, a todos los trabajos para los cuales las investigaciones de OuLiPo1 me dieron la idea y los medios: palíndromos, lipogramas, pangramas, anagramas, isogramas, acrósticos, palabras cruzadas; la cuarta, finalmente, concierne a lo novelesco, al gusto por las historias y por las peripecias, el deseo de escribir libros que se devoren panza abajo en la cama; La vie mode d’emploi es el ejemplo de esto, esta división es algo arbitraria y podría ser mucho más matizada: casi ninguno de mis libros escapa completamente a una cierta marca autobiográfica (por ejemplo, insertando en un capítulo que estoy escribiendo alusiones a un acontecimiento de la jornada); por otra parte, casi ninguno se escribe sin que recurra, al menos a título simbólico, a tal o cual restricción o estructura oulipiana, y sin que dicha estructura o restricción me restrinja en algo.”

El libro no es más que un listado de observaciones que hace un hombre en una plaza. La diferencia es lo que cuenta. Y aun cuando los mismos hechos y objetos puedan ir apareciendo a lo largo de las horas, no es sólo la enumeración lo interesante, sino la combinación posible de todos estos elementos. Entonces, podría decirse que, más que un texto literario –mismo que sin duda lo es–, es uno combinatorio.
Cabría la pregunta: ¿es el mero enlistado un texto literario?, misma que puede responderse únicamente desde el punto de vista del lector. Un texto leído, ¿es un texto literario?

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