13 de septiembre de 2005

Sincronicidad

He comenzado a recuperar la sincronicidad. Creo que la sintonía que provoca la antelación al viaje me ha permitido volver a sentir el entorno, el camino por el que ando, sin preocuparme demasiado si es que llego o no a mi destino. Sólo es necesario un poco de concentración, una ligera empatía y la visión periférica a todo lo que da; sobre todo esto: visión periférica. Breton le llamaba azar objetivo a esa energía que encausa el destino hacia donde uno desea, mientras el universo se mueve para que las variables y constantes adecuadas, se alineen y permitan al azar confluir con el deseo y energías personales y universales. Así le llamaba Breton; en lo personal yo prefiero seguir a Jung y, si me fuese posible, acaso en unos años más, el I Ching. Tres muestras de sincronicidad en esta semana:
Mi compadre me ha invitado a comer a su casa el sábado, como a las dos y media o tres. Por la mañana he ido a cambiar las llantas del coche a Sears de la calzada y, por mientras lo hacían, a tomar un tejuino al tianguis cultural. Después de comprar mi bebida y dar una ligera vuelta, ya atosigado por los pequeños espacios, la densidad de población sobre el concreto y las falsas muestras de una cultura que, a veces, ni a contracultura llega, iba de regreso a recoger mi coche cuando me topo, a mano derecha, con un puesto que tenía varios libros apilados, con uno rojo y pequeño hasta arriba. Me acerqué instintivamente, lo tomé en mis manos y lo hojeé, apenas leyendo, como si supiese que el libro había sido puesto allí para mí. El título: Introducción en el mundo. pregunté el precio, son cien pesos, me dijo el ventero. Le pagué sin requistar. Acaso este hecho carezca de valor para muchos; para mí es decisivo y no se por qué.
Al llegar a casa de Diego, abre mi ahijada de tres años. La levanto para darle un abrazo. Pasamos a la sala, charlamos un poco, casi nada, debido a la severa depresión que nos ha robado las palabras, las sonrisas y la motivación, acaso a el un poco más que a mí, o a los dos igual pero de forma distinta. Miro al rincón donde tiene el djeembe, el dumbek y uno tarahumara. Me dice: a ver si luego vamos a tocar, ante lo que respondo: creo que yo ya dejé eso. Le pregunto por Tony –hijo del vocalista del legendario grupo de rock Los Spiders–, el dueño del dumbek y me dice que no lo ha visto últimamente. En eso suena su celular. Quiubo Tony, ¿cómo estas?, dice Diego al teléfono. Yo sólo sonrío, después de haber pescado una conciencia divagante.
Hoy por la tarde experimenté mi último experimento de sincronicidad. Iba rumbo a la casa, a imprimir unos formatos de cartas de referencia para llevarlos con un par de amigos matemáticos, cuando decido pasar a American Express a preguntar sobre los Traveller Checks. Como el estacionamiento sobre Avenida Vallarta estaba lleno, decido dar la vuelta a la manzana: derecha, derecha y, justo en la esquina, esperando el camión, me encuentro con Raúl Bañuelos. Me acerco, bajo el cristal y le digo: qué onda Raúl, ¿vas a tu casa? Súbete, te doy un ride. Ya en su casa, brindamos con una botella del Duero del 99. Bebimos, comimos, charlamos sobre el azar, la poesía, el presente, la cocina y los viajes. Tocamos las maracas, la flauta y el tambor con su hija de 2 años, justo como lo hiciera unos días antes con mi ahijada. Nos despedimos como si nada, deseándonos suerte y un buen viaje: él salía rumbo a Bellas Artes a dar una lectura de poesía; yo rumbo a Londres, a buscar recuperar la sincronicidad, misma que ya había comenzado a encontrar de nuevo.

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