El hecho de abandonar el diario no supone, de ninguna manera, el abandono de la escritura y, por ende, de la literatura en sí. Mas bien es un compromiso más formal con el lector ––no mi mismo ser, tan estúpido como sólo el escritor-lector puede ser–– sino con el lector posible, aquel incauto circunstancial que se acerca una noche de estas al libro de un desconocido y decide echarle un ojo y luego ya no sabe ni cómo salir, porque su vida ha sido cambiada de tal manera que, al verse frente al espejo, ya no reconoce a aquel ser que abriera el libro unas cuantas horas antes. Y mis compromisos no son pocos: he de terminar el libro de foto-pretextos “La mejor forma de irse es saber quedarse” para el cual me han otorgado una beca por el Instituto Mexicano de la Juventud; los ensayos del taller de crítica literaria que estoy tomando en las instalaciones del Fondo de Cultura Económica con Luis Vicente de Aguinaga; el segundo capítulo de mi novela “La invención de la oscuridad”, cuyo primer capítulo, de 50 cuartillas ya he publicado por entregas en el suplemento cultural “La cultura en occidente”; el documento introductoria al libro de traducciones de poemas de Stig Larsson, que ya debe salir para este año; mi ensayo para el libro ¿Qué es la realidad?, convocado por la editorial Totem y las demás pendejadas que puedan salir por ahí, como colaboraciones para revistas y publicación de poemas, así como traducciones. Supongo que el blog de El Rutinario puede servir como una especie de catarsis demasiado mediocre, un canal donde puedo aventar un montón de estupideces sin que nadie pierda ni gane, donde el editor no diga: esto no se va a vender. Porque eso es lo que busco, no venderme, aunque si vender.
Lo peor de todo esto es que estoy en casa de mis padres, viviendo en el cuarto de los tiliches, entre cajas y cajas que almacenan mi biblioteca con cerca de 1200 ejemplares cuidadosamente seleccionados, mismos que irán a parar al fondo del abismo entre polvo y olvido. Me refugio de mi mismo, en un intento de no matarme, de que la palabra suicidio que tanto me acompaña no se haga realidad en un instante. Me mantengo sobrio para contemplar mejor mi caída, mi deslizamiento hacia el fin del mundo, donde sólo hay dos opciones: morir o seguir. Espero que la segunda sea la mía. Espero un vuelo a Londres, donde supuestamente he de estar unos cuantos meses pero nunca se sabe. Espero poder dejar de esperar, porque llevo 5 años viviendo una vida proyectada hacia un futuro que todavía no llega y no estoy seguro que se vaya a cristalizar. La depresión sigue conmigo, fiel a los días y las noches: me levanto a la una o dos de la tarde, con flojera y un chingo de hambre; me baño sólo a veces –por eso me corté el pelo a rapa, para que no se notara la dejadez en la que me encuentro– y hago uno que otro pendiente como ir al banco o recoger mi pasaporte o fotocopiar un libro titulado “Nonlinear Differential Equations and Dynamical Systems” de la serie Springer.
Ahora intenté dar una asesoría de matemáticas, de Cálculo con el tema Sumas de Riemann que no son otra cosa que la definición vulgar de una integral, i.e., el área que hay bajo una curva suave, y me topé con que mi cerebro se ha paralizado, que no tengo energías para pensar y que la mera definición de una suma de números pares, dividida por una de impares, con signo intercalado, me cuesta trabajo. También intento leer para entregar un reporte de lectura sobre el libro “Jacob Von Gunten” de Robert Walser y nada. Si supuestamente lo mío son las matemáticas y la literatura y ninguna de ellas me resulta, ¿entonces qué chingados es mi vida? supongo que nada.
Estoy esperanzado en que el cocinar de nuevo en un restaurante, conocer una ciudad, nuevas amistades y unos cuantos pesos extra pueda reanimarme, devolverme al presente y a la deliciosa vida que solo se da cuando uno en verdad vive. Espero no convertirme en Samsa ni en Bloom ni en Páramo. Espero volver a ser yo, aun cuando tenga distinto nombre; de hoy en adelante retomo mi segundo nombre, el middle name: Will, el cual lleva tanto encerrado, tanto de eso que me hace falta.
EMPATÍA, EMPATÍA, EMPATÍA....de yo, que le gustan muchos FRAGMENTOS de tu ser y tu no ser.
ResponderBorrarNo te preocupes ya tienes el boleto hacia el presente pluscuanperfecto.