17 de noviembre de 2005

El nacimiento de una ciudad


Uno siempre está en otro lado.
Justo cuando parece acercarse,
se vuelve a alejar.
James McNeill

La vida siempre está en otro lado. Especialmente en Guadalajara. Me atrevo a decirlo por mi necesidad de ir y volver cada vez que puedo. Ahora escribo desde Londres, bajo las hojas doradas que caen del cielo otoñal. En la distancia uno puede acercarse a ese sitio llamado hogar.
Cuando se entabla una comparación entre dos ciudades uno espera que la propia salga ganando. Acaso Guadalajara triunfe en cuanto a sus mujeres bellas, las deliciosas tortas ahogadas –sobretodo las de afuera de Sears– y la inmensa cantidad de marcas de buen tequila pero, en cuanto a cultura, queda por ahí un abismo espectral –me permito el término espectral por su fantasmagoría: hay quienes los ven, pero no todos– entre los eventos que se realizan, con sus asistentes y organizadores, y todos los otros eventos y buenos proyectos cuyas excelentes ideas corren –y se esfuman– en sobrecharlas de café.
Guadalajara es una ciudad fértil para nuevos proyectos culturales. Hay bastante gente educada, que ha viajado y ha visto una parte del mundo que desea llevar a casa: eventos culturales gratuitos en las calles; charlas científicas, artísticas y literarias; conciertos al aire libre; exposiciones permanentes y cambiantes que muestran la realidad del mundo actual; cursos y seminarios en artesanías, manualidades, apreciación de la cultura en espacios comunitarios.
Entonces, el supuesto mito de que los tapatíos son reacios a los eventos, que son un público bastante difícil y que no saben apreciar el arte, la ciencia y la cultura creo que, hoy día, se ha convertido más en una excusa para los malos promotores que una realidad. La gente quiere conocer; entonces, tiene que conocer.
Encuentro algunos obstáculos en el proceso de esta supuesta culturalización de la ciudad. Primero, la institucionalización en detrimento del individuo. Segundo, la falta de apoyo en forma de patrocinios y publicidad. Tercero, la supuesta sapiencia de cierta gente que se autodenomina promotor cultural, muchos de los cuales jamás han incursionado en las artes o la ciencia. Creo que este factor es importantísimo, porque nadie puede promocionar o hablar de aquello que no conoce de facto. Habrá a quienes les gustaría mencionar una cuarta: el fútbol. Sin embargo, ahora me doy cuenta que esta distracción no es vital para la falta de espacios culturales. En un espacio cohabitado por seis millones de habitantes, debería haber suficientes formas de esparcimiento para todos. Lo veo en Londres, donde el fútbol tiene una gran afición y, además, hay mínimo cinco eventos gratuitos cada día, desde conciertos de jazz, muestras de danza y exposiciones de arte. Me permito un ejemplo y una comparación: el Man Booker, premio a la mejor novela escrita en inglés y publicada en el año, y el Rulfo, premio latinoamericano de literatura. No hablo de la importancia o la calidad de los escritores y obras premiadas sino de los eventos que los acompañan: para el Booker, una semana antes hay una gran expectación en la ciudad. Las librerías muestran en primer plano los libros finalistas. La premiación se transmite por televisión y, durante toda la semana, los periódicos hablan sobre el tema. En cambio, para el Rulfo, sólo la librería del FCE tiene una pequeña mesita donde muestra los libros del autor que ha sido premiado. En Guadalajara primero el premio, luego la presentación; en Londres, la presentación con el premio, la sorpresa y la espera que llevan al asombro.
Sin embargo, creo que se han realizado, con éxito, buenos esfuerzos en nuestra ciudad. Me tomo como ejemplo: en septiembre del 2004 inicié, junto con unos cuantos amigos y demás interesados en la ciencia –no como educación sino como entretenimiento mental– el Café Scientifique Guadalajara, sitio para pensar y platicar la ciencia. La idea nació por tres motivos básicos: juntar a los amigos a platicar e imaginar la ciencia; invitar al que fuera mi asesor durante una estancia de investigación científica en Mérida a pasar unos días en la ciudad y, por último, como recuerdo de una conversación que mantuve mientras jugaba go en Yahoo Games. En ella, mi contrincante me preguntó si había algún club de go en mi ciudad; ante mi no me contestó sencillamente: empieza uno. Claro que nunca comencé el club de go pero, en cambio, sí di inicio al Café Scientifique. Creo que el éxito fue mucho más allá de lo esperado. Fue sorprendente ver cuánta gente está por allí, aislada pero pensando y buscando lo mismo. También vale la pena mencionar los esfuerzos por parte de Secretaría de Cultura en estos años, quienes se dieron cuenta que la cultura no sólo son eventos para ancianos. La Ruta Vallarta, el Paseo Chapultepec, el Festival de Mayo y demás eventos libres y gratuitos, permitieron a los jóvenes acercarse a manifestaciones del arte actual.
Guadalajara está lista para convertirse en una cosmópolis. Ya tiene a la gente, los lugares, el gusto y el interés. Falta que cada uno de nosotros nos animemos a decir: me gusta y quiero.
(Texto a publicarse en la revista: Spiral, de Guadalajara)

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