27 de noviembre de 2005

Llegó y se sentó, como de costumbre, en el sillón de la esquina. Afuera se siente el frío y el viento del otoño londinense. Tomó el control remoto, encendió el televisor y, con un esfuerzo que resultó en pujido, se agachó para quitarse los zapatos. Durante los últimos cinco años de su vida se había acostumbrado a una pasividad absoluta, con lo cual engordó hasta tener una barriga inmensa. Y en verdad no era gordo, sólo panzón, como le dijo una amiga mientras tomaban una pinta de cerveza oscura hace apenas una semana. La televisión, con sus escasos cinco canales no ofrecía nada digno de interés.

De nuevo a la depresión, a la incertidumbre de la vida, al vacío de salir a caminar sin rumbo fijo. ¿Hasta cuándo? ¿Duraré así toda la vida? Salí de Guadalajara porque creí que en Londres encontraría calma. Ahora que estoy de este lado del charco, comienzo a añorar la vida que dejé o la que se pudo dar. Siempre en otro lado, deambulando de ningún sitio a ninguna parte. De un punto a otro, me pierdo en el abismo. Pero si no pertenezco ni aquí ni allá, ¿a dónde chingados me voy?

Encontrar en cualquier parte más realidad que en uno mismo, es reconocer que se ha seguido un camino falso y que merecemos nuestra decadencia.
E.M. Cioran

Hoy alimenté al Príncipe Henrry.

Y, nuevas entradas para mi libro en http://irseoquedarse.blogspot.com

1 comentario:

  1. Anónimo11:09 a.m.

    Creo que los caminos que decidimos seguir no son falsos ni verdaderos, sino vivencias que se convierten en parte de nuestro ser.

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