(Jamis, Fayad. Los Puentes. Libros del bicho, Premia Editora. México, 1981)
Los puentes son para dejarse, para encontrarse, para volver de un lado a otro y permanecer, dubitativo, a unos pasos de la otra orilla, mirando hacia abajo, al flujo del Sena, sobre todo el Sena.
Agua oro los niños que patinan
sobre los espejos del boulevard Saint-Germain
Y, después de andar hasta el cansancio, con los pies en las ampollas y los ojos acostumbrados al brillo de la noche y a las luces de la oscuridad, caminar por el Barrio Latino, comprar una crepa con Nutela, Grand-Marnier y plátano. Luego, con la crepa en el papel y el chocolate escurriendo entre las manos, andar hacia los jardines de Luxemburgo y perderse en el lago, entre los transeúntes que van y vienen sin llegar jamás a su destino.
Nada tiene sentido cuando el paralítico del barrio
corre a través de la rue Daguerre
sonriéndole al carnicero sonriéndole al cartero
diciendo que la vida es bella
como una lluvia de girasoles
Los puentes llegan cuando uno menos lo imagina. El río se desdobla, tropieza y cae. Se forma una onda solitaria. Un gato cae, una anciana vestida de negro se acerca a paso lento, me mira y dice: son 7 francos. Las gárgolas dan el aviso: el tiempo se aproxima, la hora ha llegado. El río sigue amparando a los cristales de plata. Un hombre grita del otro lado. Su voz ahogada hasta el cansancio, inundada por la poesía, por la nostalgia de Cuba, murmura:
La luz de la mañana corría ebria bajo los puentes
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