1. Frida en el Tate
A través de la ventana el Támesis, frontera
entre norte y sur, separa al arte de dios.
Personas van y vienen; asombradas
recorren la exposición. Hemos llegado
al otoño. Afuera: doradas, rojas,
amarillas hojas. Adentro: cálido, húmedo
silencio vagabundo. Me detengo
y contemplo a Las dos Fridas,
personaje en dualidad: a la derecha Frida
con vestido de tehuana, diego
y su entero corazón; a la izquierda Frida
con vestido de novia colonial –roto el corazón la
sangre
cae.
Frida cuelga su vestido entre rascacielos neoyorquinos.
Yo me pongo la chamarra y salgo
a los barrios de las calles londinenses con
sus prisas, un chingo de culturas y posmodernidad.
Ya en el Costcutter de la esquina me atiende un iraní.
Un limón y un plátano. 4 pounds please; thanks.
Los frutos de la tierra son el orgullo de la patria. La
nostalgia del exilio voluntario me dice vuelve
a casa, al hogar. El vestido sigue
colgando
por allí.
2. El Tate en Frida
Casi al final de sus días
con la columna dañada
el corazón quebrado
dice: soy desintegración.
Siempre en dualidad:
oriente, occidente,
sol, luna,
vida, muerte.
Tradición o progreso:
pitahayas, frijol y calabaza;
dólares, ropa fina y electricidad.
Un ojo aquí, una mirada allá.
Dos puertos unidos al cruzar el charco.
Frida se reinventa en la tradición de dos mundos.
Si a veces la vida falla, la ficción permite su continuidad.
En la pintura la vida recupera su sentido:
Miguel sostiene un rehilete; al fondo
un caballito de palo.
Eva es pintada por Eva.
Carranza chupa una paleta tricolor
mientras le rizan las canas.
Nomás unos cuantos piquetitos y la sangre
brota hasta manchar el marco.
Caballito de petate, perro itzcuintli,
calendario azteca, santa claus, el puto tranvía,
New York, diego, Coyoacán, diego, diego en mi corazón.
A propósito de la exposición de la obra de Frida Kahlo en la Galería Tate Modern, Londres, octubre 2005.
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