La tentación donjuanista es una tentación erótica qunque también literaria. Don Juan dura porque nada lo puede satisfacer (o como cantaría la mejor encarnación contemporánea de Don Juan injertado con Lucifer, you can´t get no satisfaction). Es la instatisfacción del Burlador sevillano la que le abre las puertas de la metamorfosis perpetua. Siempre deseoso, siempre ávido, jamás termina, nunca muere: se transforma. Nace joven y con escasos amores (dos o tres en Tirso), se hace viejo en un instante, saciado pero insatisfecho, malo y cruel caballero (en Molière). El querube perverso y juvenil de Tirso se convierte en la máscara mortal de Louis Jouvet, una gárgola gálica racionalista que ya no cree en el plazo infinito de la vida adolescente (<>) sino que es, él mismo, el portador de la máscara de la agonía. Byron, para evitar competencia, doma a Don Juan y lo sienta a tomar té con la familia en uno de esos inviernos ingleses que < >. Pero le da un giro argentino a esta metamorfósis doméstica. Don Juan descubre que no está enamorado del amor, sino de sí mismo. El amor de Don Juan por Don Juan es una trampa imperiosa --no menos que la del amor.
Ser todo esto, qué sueño, qué elixir, el Don Juan de Gautier, Adán expulsado del paraíso pero que retiene la memoria de Eva, la memoria encarcelada que lo ata a la búsqueda perpétua de la amante y madre perdida; el Don Juan de Musset, hundido en un mundo de cantinas y burdeles, donde espera encontrar a <>. Se engaña; sólo busca a Don Juan y aunque todas las mujeres se parecen a él, ninguna era él. Pero acaso el verdadero Don Juan, el más público por ser el más secreto, es el de Lenau, el que admite que quiere poseer simultáneamente a todas las mujeres. Éste es el triunfo final de Don Juan, su placer más seguro. Tenerlas a todas al mismo tiempo.
--Esta noche he de gozarlas. A todas.
Más que la ubicuidad, el placer de Don Juan, sin embargo, depende del disfraz y el movimiento. Es como el tiburón: tiene que moverse constantemente para no hundirse al fondo del mar y morir. Se mueve, y se mueve enmascarado, el antifaz encubre su condición larvada, mutante, metamórfica. Se mueve y cambia tan rápidamente qeu sus propias imágenes no logran alcanzarlo. Ni Aquiles ni la Tortuga, Don Juan es la parábola del hombre disfrazado cuyos disfraces corren siempre detrás de él. Está desnudo. Goza desnudo. Mas para moverse, debe vestirse, disfrazarse y sin embargo dejar atrás el último disfraz, conocido ya, adivinado ya, antes de asumir el siguiente. En su desamparo momentáneo, en su desnudez de Duchamp subiendo por los balcones y bajando por las escaleras, Don Juan es Don Juan sólo para dejar atrás su propia imagen. Corre, inalcanzable por cualquier imagen que quisiera fijarlo, experimentando la velocidad del placer en la velocidad del cambio, venciendo todas las fronteras. Don Juan es el fundador del Mercomún Europeo, tiene amantes en Alemania, Turquía y en España, nos informa Mozart, son ya mil y tres. Maquiavelo del sexo, figura disfrazada para escapar a la venganza de padres y maridos, pero, sobre todo, para escapar del tedio... Así quería, secreta, ridícula, dolorosamente, ser yo...
(Carlos Fuentes, Diana o la cazadora solitaria)
Esos días de la Mutua que se fueron... queriendo ser.
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