¿Quiénes son los que hablan, aquellos que lo saben todo, según Sara? Pareciera como si hubiese una verdad escrita en hielo, una ley que se prolonga en todas las direcciones posibles, dictada por unos cuantos seres, conocedores del movimiento y el tiempo. Ellos son los que lo saben todo. Callan, apenas hablan. Apenas unos cuantos, como Sara, los han escuchado. La experiencia es tan intensa que, una vez vivida, jamás se puede dar marcha atrás. Una vez que el tiempo pasa, el sistema se vuelve irreversible aunque, en lo fundamental, la física diga lo contrario. Los sistemas son reversibles pero al costo de la energía entera del universo. ¿Valdrá la pena el gasto por un simple jarrón quebrado? Sara habla de los que hablan. A lo largo del tiempo -¿es el tiempo una distancia extra, una dimensión agregada al espacio?- Sara ha ido cediendo a los otros; ya no habla sino que se deja hablar por otros. A través de ella, el conocimiento del mundo se vuelve palpable, latente, invencible. Datos y estadísticas, aseveraciones y silogismos, falacias y contradicciones. Todos los argumentos posibles bajo el uso de la razón. Los sentimientos son una mero engaño, una distracción para emitir juicios sanos, productivos, dice Sara mientras sorbe el café turco de la mañana, de la parte del mundo que ha vaciado a la noche de oscuridad. Sara sabe que ya no sabe nada. Tanto saber la ha dejado vacía, justo como ha pasado con la noche. La luna, apenas percibible a la distancia, se evapora lentamente, flagelada por los primeros rayos de sol.
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