28 de enero de 2007

Duerme

NOTA: el siguiente cuento supuestamente aparecería en una revista posmoderna -vaya dios a saber qué signifique eso- a publicarse en Guadalajara. Como en esa ciudad hay más ganas que hechos, creo que la revista quedó en el aire, por lo que mando a volar este texto a la red, al aire más efímero de nuestros tiempos.

1.

El mundo amanecerá con nosotros, le dijo mientras se recostaban bajo la sombra de un árbol en el Parque Metropolitano. Intercambiaron miradas de complicidad, voltearon hacia el cielo y cerraron la mirada a la infinita soledad del mañana.

2.

Ayer por la noche fui a tomar un café y un croissant con avellana y queso con V y C. V pidió una ensalada, C unas papas fritas. No hubo cervezas; sólo café y te. Después de llenar y vaciar la vejiga, salimos a la noche citadina. Habíamos charlado sobre los buenos tiempos que se han ido. Decidimos recorrer la ruta de los prostíbulos donde C conseguía un acostón gratis por llevar a su amiga la putita a casa. Las calles habían cambiado: el pavimento enfriaba los calores de la brillantina. Tuvimos miedo. Aceleramos. Ya no nos detuvimos ni miramos hacia atrás.

3.

Es una de las ciudades con mejor nivel de vida en el mundo. Cada año compite con Vancouver por el primer lugar, me dijo con un convencimiento del cual resultaba difícil dudar, o por lo menos mostrarse escéptico.

4.

Hace un par de días me enteré de la noticia. Tu padre, ya muy enfermo de cáncer en la piel, se prendió fuego con la intención de librarse del mal, aunque fuese al precio de la vida en sí. Al día siguiente fui a comer tacos y, al preguntarle al Chino si conocía a tu padre, no dijo mas que un ligero, acompañado de un ¿se murió? con una voz que luchaba por salir de entre el calor de las tortillas y la carne asada.

Imposible continuar la enumeración. El siguiente paso me llevaría a la completitud, a la declaración de finitud y comprensión del texto. Es hora de abandonar la senda, de volver a los caminos que apenas se notan entre la hierba. Doy un paso y bajo de la banqueta. Un taxi pasa a exceso de velocidad y casi me golpea. Vuelvo al concreto, miro hacia atrás. No hay nada. Intento dar un paso de nuevo pero los autos no dejan de fluir por el río que se ha formado por la tormenta de anoche. Volteo de nuevo, ahora hacia el otro lado. Escucho la misma respiración de hace rato. Estoy solo. Las multitudes habituales se han colado por las alcantarillas, perdido en los tejados, desvanecido en las chimeneas jamás construidas de la ciudad.

De un punto a otro, la distancia. La ciudad despierta al escuchar el ronquido de un adolescente que llega a casa después de su primera borrachera con licor de jerez. Un gato ronronea; me acerco y lo acaricio. Gris, rayado. Una mancha negra en la pata delantera izquierda. Doy la vuelta, camino y subo al coche; enciendo el motor. El gato me busca, se acerca a la puerta y trata de trepar. Se quiere ir contigo, le digo a mi novia mientras le pellizco el pezón derecho. ¿Cómo crees? Vamos a llegar tarde, arranca.

La ciudad está rota, fragmentada, descompuesta. Uno sueña con la vida del campo; otro con emigrar a la gran ciudad. Unos y otros, campesinos y citadinos, se miran desde extremos opuestos. Yo enciendo un porro para nublar las distancias entre ambas sendas. ¿Cómo será por allá?, te quedas pensando mientras yo me rasco los huevos y me voy a la cama.

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