Para abatir a la incesante pérdida de la memoria, no hay
placebo ni ostiones en su concha mejores que el sexo. No
uno de esos en los que se da la entrega total, donde el otro tras-
pasa los arrecifes y se mira reflejado desde el páramo opuesto; más
bien, si es que la consideración existe y la petulancia
de saberse vivo no es más que un artificio común, el sexo donde
el agujero es negro, el olor es de un desconocido y las bragas mancha-
das de sangre, un consuelo ante la vida.
Hoy duermo cubierto por la mancha de la vida. Me tiro
la almohada sobre la cabeza. Nohaynadaquenovalganada.
Quizás, sólo quizás, mañana amanezca.
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