22 de diciembre de 2017

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Han pasado 3 años desde que estuve por aquí, escribiendo sobre la promesa de escribir de nuevo, de retomar el hábito de hablar sobre las ficciones de la realidad. La pereza me ha robado fuerzas, el trabajo y las metas de productividad me han llevado a hacer a un lado la letra ociosa, el enunciado que no dice necesariamente pero transmite el sentido de la belleza, de la soledad, del miedo a la vida y a la muerte, de los corazones que se aproximan, estallan y se vuelven seres nuevos, renovados.

La libreta ha quedado en un cajón, manchada por el café desparramado, mutilada en partes, tachonada en otras, doblada de las orillas por el constante trajinar de las ideas. Sin embargo, la libreta, ahora que la veo con un dejo de nostalgia, no contiene más que anotaciones escuetas sobre los distintos proyectos, artículos científicos, proyectos de consultoría y metas de investigación, que han ocupado los últimos años de mi vida.

La libreta ya no es lo que solía ser, una compañera callada pero insistente, negra por fuera, crema por dentro, con sus hojas que invitaban a que se deslizara la pluma de gel, aunque se inundara de unas cuantas manchas, aunque la mano cargara la evidencia de la tinta durante días, dejando que las ideas se apropiaran de la hoja.

Hoy, después de 3 años, decido, de nuevo, estar aquí.

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