21 de marzo de 2005

Creer en la poesía (1)

¿Es posible volver a la poesía, cuando nunca se ha tenido? ¿Cómo alejarse de un sitio donde nunca se ha estado? Un hombre parte hacia otro lado, en el deseo de abandonar lo que tiene por la posibilidad. La ilusión es el alimento de la carne humana. El instinto no es más que una falsa petición de principio. ¿Creer en la poesía? Jamás. La creencia presupone un acto de fe. La poesía, contraria a la religión –en cuanto a los ritos– y aparejada a ella –según los mitos–, es una forma de percibir el mundo, una actitud ante uno mismo y las ganas de vivir la otredad. Si el sitio del cual uno habla no existe mas que en la imaginación, ¿cómo asegurar que uno ha vivido lo suficiente para contar la experiencia verdadera? En definitiva, no hay forma de ver lo que no se puede ver. Ni siquiera con los ojos bien abiertos. Por otra parte, sabes que al cerrar los ojos, aunque sea en un ligero pestañeo, el universo desaparecerá. Entonces queda la duda, las ganas y la insatisfacción. Te levantas sin ganas de andar; vas a la cama sin querer dormir. Y la misma historia se repite una y otra vez.
¿Queda algo, aparte del vacío? La nada es la dama de vestido largo que anda como si nada de un lado a otro de la habitación. La soledad se forma tras seguir el paso de esta dama. No hay soledad sin experimentar el vacío, ni plenitud que no eche de menos a la soledad. Círculo vicioso, concatenación de eventos –fortuitos y creados–, procreadores de la inmensidad. Tanto enredo y de nuevo donde mismo. La poesía es oro negro en la casi-era de las altas energías y computación cuántica. Desprendida de sus falsos adoradores, de aquellos que escriben pero no leen, de los que leen Moby Dick pero nunca una película de Kitano o Won Kar-Wai, de los que miran a Kitano y no comprenden que la vida no es así, sino mucho más sutil e inexplicablemente surrealista, la poesía se vuelve tiempo congelado, naufragio donde todo muere salvo el amor.
Historias escritas, vividas o imaginadas. La poesía son todas ellas, mas el sentimiento que las construye, el andamiaje sobre el cual se sostiene la realidad, independientemente del concepto que uno pueda tener de ella. Entonces llegamos a la imposibilidad de la creencia, a la necesidad de aceptar las bases del tiempo como una creación de nuestro universo. Si, vivimos en un espacio necesitado de tiempo, de infinito crecimiento irreversible. Así, la poesía vuelve su mirada hacia el frente, inventando la historia según habrá de ser, no como realmente sucederá. Nada queda más que la poesía. La verdad muere. La realidad se pone en tela de juicio. Se abre el telón de broca, la puerta hacia la otra dimensión, donde el tiempo se desvanece, estirándose en un instante indefinido. Un hombre y una mujer se encuentran, incrédulos se leen. Saben todo sin creer. Así pasa con la poesía: lo sabe todo sin duda alguna. Sin embargo, por ahí sigue la ciencia, causándole escozor en los genitales. La incertidumbre de suponer.

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