A los 30, el forzado
deber de la abstinencia.
Ahora sí:
la virtud
como un lánguido orgasmo anticipado.
Paladeas la dicha
de tu longevidad jurada
–aunque también lamentas,
en el negro terreno de la hipótesis,
el más pequeño asomo
de una decrepitud inmerecida.
Te impones dieta dura:
prescindir de la carne y la lujuria.
(Eduardo Hurtado. Rastro del desmemoriado)
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