26 de octubre de 2006

Mercado

Hoy, jueves, fue el último día del año para el mercado universitario. Hoy, jueves, después de casi diez años de haber leído el libro por primera vez, lo encontré de nuevo. Allí estaba, tendido sobre el piso, junto a Beckett, Auster, Zadie Smith y Peter Carey. Hoy, jueves, vuelvo a la vida en la isla, a la utopía y posibilidad de ser feliz: la isla es el lugar geométrico de las almas solas, el río que circunda a la memoria. Desando el camino a la oficina con el libro bajo el brazo. Desde hace 17 días, la estrella de verano ha comenzado a arrebatarme unas cuantas prendas; la chamarra, bufanda y gorro han sido volcados hacia el fondo del armario y las chanclas, pantalones cortos y playeras los han reemplazado. La isla se cubre de luz al final del año; los arces han enverdecido.
Pude haber comprado A kind of blues por vez tercera o el helecho neozelandés prometido a mi mujer. Tuve la oportunidad de acercarme al puesto de ropa de alpaca, collares, artesanías bolivianas y charlar un rato en español. Estuve a punto de comprar una dona –o tres por dos– rellena de jalea de fresa, sin agujero, más bien una esfera deformada, con granitos de azúcar alrededor. También estaban las camisetas negras rockanroleras, las pantuflas acolchonadas, los libros de cocina, los lentes oscuros y los vestidos cortos de flores, rayitas y cuadros. Pero más bien tenía ganas de un tejuino, 2 gorditas de chicharrón, Telón de Boca de Goytisolo, 6 tacos de barbacoa de con Lalo, un disco de José Alfredo o Telefunka. Una isla que fuera continente; utopía que fuese realidad.

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