De nuevo el Charles de Gaulle. Atrapado una vez más en el limbo de la espera, en la isla del aire terráqueo, la sala de espera de la terminal 2. Un domo de cristal montado sobre una estructura metálica me separa del océano de aire, de la senda invisible que ha de llevarme a Roma. Sí, todos los caminos llevan allá pero el mío aún no se ha trazado. La gente espera suspendida en el limbo de los viajes. Si Paris es una ciudad cosmopolita, su aeropuerto lo es aún más. Sentada a mi lado izquierdo, una mujer africana con gruesas cadenas de oro y plata, trenzas rojas y vestido multicolor; a mi otro lado, un par de musulmanes, acaso paquistaníes, de bata blanca y barba larga: no parecen terroristas sino que, por el contrario, sonríen y charlan con una gran placidez. Frente a mí pasan franceses leyendo Le Monde; mexicanas de chongo, tacón y harto maquillaje ansiosas por visitar a su amigo el Papa; japoneses que no dejan de componer hai-kus fotográficos. Todos van y vienen pero nadie va. Yo espero un par de horas después de haber cruzado Australia, Asia y Europa.
Mientras uno espera, ¿dónde está?
Publicado en El Occidental
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