Dispuesto a desandar mis pasos, volví a donde, según yo, cierta vez viví. Lector, ¿crees lo que narro cierto o será mero artilugio de mi imaginación? O, aún más complejo, ¿cómo puedo saber si en verdad viví lo que considero vivido o simplemente lo imaginé? A final de cuentas, ¿importa?, ¿hay diferencia?
Entré sigiloso al restaurante donde hace tiempo flipé pollos y embadurné quesadillas con salsa y guacamole. Busqué a Jacob, el ghanés; a Tiago y a la colombiana cuyo nombre jamás sabré. (Acaso, lector, este sea buen momento para encender el boiler con este periódico y escuchar a El Personal.) Me busqué al fondo del pasillo, cabizbajo y confundido. Al no verme, decidí pasar al departamento de North End Road. Acaso Renata estaría allí. Acaso ella tendría idea sobre mí. Nada. Encontré la puerta pero no el número. Miré a la fachada, arriba de la pizzería. Una mano salía por la ventana a intervalos regulares y sacudía un cigarro. Crucé la acera para ver mejor, creyendo que era ella la que tiraba la ceniza. No era ella ni Macziek ni yo. Alegre de no encontrarme, desandé el camino, con la cabeza erguida y la sonrisa por delante.
Lo que sigue es mera historia, cierta o no pero escrita por otro, el verdadero escritor. Aquí puras salchichas con papas; mejor vamos a los de guaguacoa, ¿no?
Omar Rojas
Londres, Inglaterra
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