30 de julio de 2007

La O

Siempre que me preguntan sobre mi ciudad de origen, respondo: yo soy de Guadalajara, la ciudad más hermosa del planeta. Y no lo digo sin motivo. Entre más he viajado y visto el mundo, más he ido cayendo en cuenta de la belleza tapatía. ¿Para qué el Guggenheim cuando tenemos el Templo Expiatorio? ¿Para qué la comida francesa o italiana si están las tortas ahogadas, el pozole y la carne asada? Si de leer se trata, leer se puede. La FIL abre sus puertas cada año con más libros que pesos en el bolsillo. Festivales y conciertos, ópera y ballet folclórico; Chavela Vargas y sus ya años de sobriedad.

Claro que uno siempre quiere ser otro; el eterno conflicto del tú y el yo, el aquí y el allá, ahora o después. La isla circunscribe mientras que el continente expande sus fronteras como un tierno ciervo juguetón buscando a su madre para amamantarse. Desde la isla miro hacia mi ciudad natal y digo: qué ganas de andar por la Plaza Tapatía, incursionar en el Mercado Libertad y tomar un tejuino con nieve de limón; brindar con los amigos y gritar de alegría y desesperación al minuto final del clásico Chivas-América, cuando parece que el gol va a caer, se ve clarito, allí nomás, pero no.

Guadalajara, con sus cientos años de historia y cultura es, merecidamente, una de los centros culturales de América; El Occidental, uno de los pilares donde ésta historia se fue gestando; La O, donde tú, lector, posas la mirada, promete contarte los sueños de los tapatíos, pero no esos que son mera ensoñación sino los que, después del esfuerzo de sus ejecutantes o intermediarios, toman forma real, ya sea a través de letras, sonidos o imágenes. El poder de la magia vuelta realidad; no la brujería sino la cultura, la crónica de ella que al tiempo se vuelve nueva forma arte.


Publicado en Revista La O de El Occidental, 5 de agosto

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