¿Qué tanto de lo que vemos en el cine es verdad? ¿A poco no te preguntas de vez en cuando si lo que ves en la pantalla grande es realidad? No solo sobre la tecnología con la que cuenta James Bond para escapar de una explosión en el último segundo o las historias de superhéroes de Marvel, como los Hombres X o el Hombre Araña, mutantes a final de cuentas, sino también sobre las vidas que, hasta cierto punto parecen ordinarias, como esas de las que uno dice “ese podría ser yo” y sales de la caja oscura catártico y blandiendo una espada imaginaria o creyendo que en verdad es posible volar y viajar a otros mundos.
Vivimos en un tiempo que oscila entre la fantasía y la realidad. ¿A poco no te pasa a veces que recuerdas haber hecho algo pero luego no estas seguro de si lo hiciste o lo imaginaste? Nuestra mente nos traiciona o, a lo mejor, es nuestro cuerpo el que nos limita. Hay quienes creen que soñamos porque hay una ventana a una realidad superior que se nos devela de vez en cuando, apenas un vistazo a un mundo superior. Otros le llaman alucinación, andar arriba o en las nubes. ¡Qué se yo! La muerte como paso a la vida. Una nebulosa muere para dar nacimiento a varias estrellas… De esto va, más o menos, la película La Fuente de Darren Aronofsky, quien nos invita a imaginar el mundo de un matemático que se enreda con los patrones de la naturaleza en Pi (p). Dejemos la fantasía por unos momentos y aterricemos en la realidad de un matemático. Lector, creerás que estas son locuras mayores que las de los Locos Adams, porque, ¿qué persona en su sano juicio puede y quiere dedicarse a las matemáticas de tiempo completo, como oficio de investigador y no como maestro de escuela?
Acaso te vienen a la mente películas como A beautiful mind, ganadora de 4 premios de la Academia, basada en la vida de John Nash, uno de los más brillantes matemáticos del siglo XX, ganador del premio Nobel de Economía y uno de tantos que, al estirar demasiado las fronteras dentro de su mente, sufrió de esquizofrenia durante gran parte de su vida. El australiano Russell Crowe personifica al brillante matemático con amigos imaginarios, paranoias y gran genialidad John Nash y, como su linda esposa está Jennifer Connelly, quien nos hizo sufrir a su lado los delirios de los heroinómanos en Réquiem por un Sueño, de Aronofsky.
Acaso también hayas visto Good Will Hunting, película en la que un encargado de limpieza del Instituto de Tecnología de Massachussets resuelve un problema matemático que había quedado sin borrar en uno de los pizarrones de los pasillos. Al ser descubierto por un matemático ganador de la medalla Fields –el equivalente a los Nobel en Matemáticas, pero sólo pueden recibirlo personas menores de 40 años–, comienza la lucha entre el ser normal y el luchar y vivir para las matemáticas.
Más reciente es la película Proof con Gwyneth Paltrow y Anthony Hopkins, la típica historia de conflictos y amor entre padre e hija, sólo que en este caso con habilidades e intereses especiales: las matemáticas. Lo sorprendente de esta película no es que el padre haya muerto loco sino que la hija, bellísima y joven, tenga intereses y habilidades para la investigación científica. Como ves, lector, de todo hay en las viñas del señor.
Escribo esta columna desde Cambridge, Inglaterra, donde se dice que hay más premios Nobel que en Alemania y Francia, juntos. Estoy aquí por una semana, haciendo investigación matemática en el Instituto Newton. Creo que no estoy loco, pero tampoco soy un gran genio. ¿Acaso me haga falta la locura para ser mejor matemático? Miro a mi derredor, deambulo entre los callejones de Cambridge y parece que la vida sigue, anda y desanda sin preguntar. Si venimos a esta vida, ¿no tendrá sentido pensar en ella, en el futuro y en realidades que no están al alcance de la mano, aún? La mayoría de nuestras actividades diarias están relacionadas con la tecnología. Pero esta no pudo haberse dado nunca sin una estructura matemática propicia. Acaso los locos de veras tengan algo que decir, ¿no…?
Publicado en Revista Cinespacio
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