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25 de julio de 2007

A poco de veras…?

¿Qué tanto de lo que vemos en el cine es verdad? ¿A poco no te preguntas de vez en cuando si lo que ves en la pantalla grande es realidad? No solo sobre la tecnología con la que cuenta James Bond para escapar de una explosión en el último segundo o las historias de superhéroes de Marvel, como los Hombres X o el Hombre Araña, mutantes a final de cuentas, sino también sobre las vidas que, hasta cierto punto parecen ordinarias, como esas de las que uno dice “ese podría ser yo” y sales de la caja oscura catártico y blandiendo una espada imaginaria o creyendo que en verdad es posible volar y viajar a otros mundos.

Vivimos en un tiempo que oscila entre la fantasía y la realidad. ¿A poco no te pasa a veces que recuerdas haber hecho algo pero luego no estas seguro de si lo hiciste o lo imaginaste? Nuestra mente nos traiciona o, a lo mejor, es nuestro cuerpo el que nos limita. Hay quienes creen que soñamos porque hay una ventana a una realidad superior que se nos devela de vez en cuando, apenas un vistazo a un mundo superior. Otros le llaman alucinación, andar arriba o en las nubes. ¡Qué se yo! La muerte como paso a la vida. Una nebulosa muere para dar nacimiento a varias estrellas… De esto va, más o menos, la película La Fuente de Darren Aronofsky, quien nos invita a imaginar el mundo de un matemático que se enreda con los patrones de la naturaleza en Pi (p). Dejemos la fantasía por unos momentos y aterricemos en la realidad de un matemático. Lector, creerás que estas son locuras mayores que las de los Locos Adams, porque, ¿qué persona en su sano juicio puede y quiere dedicarse a las matemáticas de tiempo completo, como oficio de investigador y no como maestro de escuela?

Acaso te vienen a la mente películas como A beautiful mind, ganadora de 4 premios de la Academia, basada en la vida de John Nash, uno de los más brillantes matemáticos del siglo XX, ganador del premio Nobel de Economía y uno de tantos que, al estirar demasiado las fronteras dentro de su mente, sufrió de esquizofrenia durante gran parte de su vida. El australiano Russell Crowe personifica al brillante matemático con amigos imaginarios, paranoias y gran genialidad John Nash y, como su linda esposa está Jennifer Connelly, quien nos hizo sufrir a su lado los delirios de los heroinómanos en Réquiem por un Sueño, de Aronofsky.

Acaso también hayas visto Good Will Hunting, película en la que un encargado de limpieza del Instituto de Tecnología de Massachussets resuelve un problema matemático que había quedado sin borrar en uno de los pizarrones de los pasillos. Al ser descubierto por un matemático ganador de la medalla Fields –el equivalente a los Nobel en Matemáticas, pero sólo pueden recibirlo personas menores de 40 años–, comienza la lucha entre el ser normal y el luchar y vivir para las matemáticas.

Más reciente es la película Proof con Gwyneth Paltrow y Anthony Hopkins, la típica historia de conflictos y amor entre padre e hija, sólo que en este caso con habilidades e intereses especiales: las matemáticas. Lo sorprendente de esta película no es que el padre haya muerto loco sino que la hija, bellísima y joven, tenga intereses y habilidades para la investigación científica. Como ves, lector, de todo hay en las viñas del señor.

Escribo esta columna desde Cambridge, Inglaterra, donde se dice que hay más premios Nobel que en Alemania y Francia, juntos. Estoy aquí por una semana, haciendo investigación matemática en el Instituto Newton. Creo que no estoy loco, pero tampoco soy un gran genio. ¿Acaso me haga falta la locura para ser mejor matemático? Miro a mi derredor, deambulo entre los callejones de Cambridge y parece que la vida sigue, anda y desanda sin preguntar. Si venimos a esta vida, ¿no tendrá sentido pensar en ella, en el futuro y en realidades que no están al alcance de la mano, aún? La mayoría de nuestras actividades diarias están relacionadas con la tecnología. Pero esta no pudo haberse dado nunca sin una estructura matemática propicia. Acaso los locos de veras tengan algo que decir, ¿no…?


Publicado en Revista Cinespacio

25 de junio de 2007

6 grados de libertad

A veces, me siento como dentro de una película. Unas cuantas como actor principal; muchas otras como extra. Actúo como si la trama hubiera sido escrita por Paul Auster o dirigida por Stanley Kubrick. Miro a los edificios medievales y a las personas de barba larga alrededor. Esto no puede ser realidad. ¿o si? Ya se lo preguntaba Truman Burbank: ¿será que hay algo más allá, afuera de este pueblo idílico? ¿Las personas del pueblo, siguen patrones definidos por un director? ¿es verdadera esta felicidad? Claro que la mente humana -¿es necesario especificar? ¿hay otro tipo?- puede confundirse y doblar la realidad. O acaso enfocarla, pulirla a su manera. Hay quienes viven en su isla y nunca salen de ella: van por la vida como si no existiese mundo más allá del final de la pradera. Otros, en cambio, van de punta a punta del globo, de aeropuerto en aeropuerto, cruzando mares y visitando continentes.

Vivimos en un “mundo pequeño”, de eso no hay duda. A los tapatíos nos gusta decir: “Guadalajara es un pueblote. Aquí todo mundo te conoce”. ¿Cuántas veces no iniciamos una conversación y, a los pocos minutos, nos damos cuenta que tenemos un amigo en común? Curiosamente este no es un suceso único en Tapatilandia. Hay quienes afirman que entre dos personas desconocidas siempre hay 6 grados de separación; esto es, entre Mila Jovovich conoce a alguien que conoce a alguien que… yo conozco. Sólo 6 intermediarios entre los dos, a lo más. Maravilloso, ¿no?

En 1929, el húngaro Frigyes Karinthy publicó el cuento titulado “Cadenas” dentro del libro “Todo es Diferente”. Karinthy creía que el mundo moderno se estaba encogiendo debido a la creciente conectividad entre los seres humanos. Debido a los avances tecnológicos, las redes humanas van creciendo y alcanzando lugares más lejanos. Hoy día es posible despertar en Melbourne e ir a la cama en Guadalajara el mismo día, debido al cambio de horario.

Pero fue hasta 1967, después del experimento de Stanley Milgram, cuando se acuñó el término “6 grados de separación”. Sus resultados mostraban que, los gringos están conectados, en promedio, por 6 personas conocidas. El término se volvió popular, al grado de crearse índices de separación entre diversos actores y Kevin Bacon o matemáticos y Paul Erdös. Y claro, como suele pasar con la realidad, fue necesario ficcionarla, darle un carácter cinematográfico, proyectar el mundo sobre el lienzo bidimensional de formato grande. Y en ello participaron Will Smith –en uno de sus primeros roles–, Ian McKellen y Donald Sutherland, entre otros.

Y a la ciencia, ¿esto qué? Pues parece que el paradigma moderno es “Todo lo diferente tiene algo parecido”: cadenas alimenticias, redes neuronales, internet, redes energéticas y actores de Bollywood. Al menos eso creen algunos científicos, como Steven Strogatz, quien dio una charla la semana pasada sobre estos temas, en L`Ametlla de Mar, Cataluña. ¿Cuántos grados nos separarán a nosotros dos, lector?

Omar Rojas

orojas@gmail.com

Cambridge, Inglaterra

Columna Cineciencia en Revista Cinespacio

16 de mayo de 2007

Ficcionar la ciencia

A veces, la realidad le queda corta a la ciencia. Por eso, de vez en cuando hurga entre los cajones del subconsciente colectivo, en el conjunto de sueños y visiones de la humanidad. Entonces pide prestados conceptos e ideas que le son ajenos y, entre el descubrimiento de algo nuevo y la admiración por lo existente en otras áreas, como el cine o la literatura, da nacimiento a una nueva idea que, a lo largo del tiempo y después de varios revoltijos y sacudidas, se va colando en la vida diaria.

Es entonces cuando los entes normales, como tú o yo nos preguntamos: ¿a poco de veras existen los extraterrestres? ¿Se parecerán a nosotros? ¿Estamos solos en este universo o somos parte de un multiverso, bolsillos dentro de un pantalón de alguien más? Y también fantaseamos con un mundo mejor, con una reivindicación de la humanidad después de una gran catástrofe, en la convivencia pacífica con mutantes, súper héroes y máquinas inteligentes.

Acaso uno de los primeros sueños del hombre haya sido volar y, aún más, viajar al espacio y tocar la luna o el sol, en un principio y, después de sabernos un punto pequeñísimo en el universo, ir a otras galaxias. Ícaro quiso volar y tocar el sol; Cyrano de Bergerac, a mediados del siglo diecisiete, en un libro divertidísimo y quizá el primero en su tipo, narra un viaje a la luna; después llegó Julio Verne y, 7 años después de la invención del cine, Georges Méliès filma la primera película de ciencia-ficción: Viaje a la luna.

No cabe duda que una de las mejores formas de viaje actuales está en el cine, sobre todo cuando se trata de ir al espacio: Stanley Kubrick nos llevó a Una odisea espacial, de la mano de la computadora superinteligente Hal; también lo hizo Tarkovsky en 1972 y Soderbergh en 2002 con Solaris, basados en una novela de Stanislaw Lem. Y, ¿quién no recuerda La Guerra de las Galaxias y StarTrek, películas en las que extraterrestres y humanos viajaban y convivían como si estuviesen en el Mercado Libertad?

Vivimos una época de posible transición entre la ciencia ficción y la ciencia. Hoy en día es posible volar al espacio con VirginGalactic o viajar a 500 kilómetros por hora en el tren de alta velocidad TGV en Francia; en Japón ya es posible comprar robots que ayudan en el hogar con tareas básicas, justo como lo hacía el Hombre Bicentenario creado por Assimov y personificado en la pantalla por Robin Williams. Lo que antes fueron sueños parece estarse volviendo realidad; lo que antes sólo el cine mostraba, ahora es posible vivir en carne y hueso.

Quizá lo más increíble e impactante para el hombre será descubrir vida en otros planetas. Quizá sea necesario irnos haciendo a la idea porque recientemente nos han dado la noticia del descubrimiento de un planeta a 20 años luz que gira alrededor de la estrella Gliese 581 y que bien podría ser habitable. Acaso la familia del Señor Spock todavía esté por ahí y sea posible llevar la serie de televisión a la pantalla grande no con actores sino con los personajes verdaderos. ¡Vaya usted a saber lo que nos depare el futuro, la ciencia y el nuevo cine!

Publicado en RevistaCinespacio, mayo

14 de mayo de 2007

El efecto mariposa

Hay ciertos momentos de la vida que elegimos recordar, atesorar y traer a la memoria como si nunca dejaran de pasar. También hay memorias que nunca logramos olvidar, aún cuando intentemos. Es así como Einstein gustaba ejemplificar la subjetividad del tiempo: un minuto sentado sobre una estufa caliente parece una eternidad mientras que una hora al lado del ser amado pareciera como un segundo. Pero, ¿y si tuvieras la oportunidad de volver en el tiempo y cambiar algo, por ligerísimo que fuera, lo harías?

La película “El efecto mariposa”, protagonizada por Ashton Kutcher, juega con esta idea y, a partir de una historia de amor verdadero, de ese que se da desde la niñez y dura por toda la vida, crea una serie de posibles desenlaces a partir de ligeros cambios a un cierto acto inicial. Además de una película que lo mantiene a uno en suspenso y tratando de adivinar cómo se desencadenará la siguiente sucesión de hechos, “El efecto mariposa” también plasma, a través de imágenes, guión bien fundamentado científicamente y buenos efectos especiales, una de las características de la Teoría del Caos, paradigma moderno de la ciencia en general y la matemática en particular.

“El efecto mariposa” dice: si una pequeña mariposa aletea en Guadalajara podría, después de un determinado tiempo, causar un huracán en las costas de Australia. Básicamente, este efecto refleja la idea detrás del caos: dada una muy pequeña diferencia en las condiciones iniciales, el mismo sistema puede comportarse, después de cierto tiempo, de manera muy distinta. Básicamente, el caos se pregunta si es posible hacer predicciones a largo plazo sobre cualquier sistema no lineal, como el comportamiento humano, la línea del tiempo, los mercados de valores, los incendios en un bosque o las conexiones neuronales en nuestro cerebro.

La Teoría del Caos ha brindado nuevas formas de ver al mundo. Los psicólogos se han dado cuenta que nuestro comportamiento no es enteramente predecible. Esto es, un cierto acto, por pequeñísimo que parezca, puede cambiar el desenlace no sólo de nuestra propia vida sino la de muchas personas, aún de aquellos que no conocemos o que viven al otro lado del mundo.

Un día de invierno de 1961, el meteorólogo Edward Lorenz quiso reexaminar una serie de datos del modelo que había creado para intentar predecir el clima. En lugar de reiniciar el programa de computadora, decidió correrlo desde la mitad, ingresando diferentes datos en el modelo. Lo que observó no era lo esperado. El modelo ya no se comportó como un día antes. Ante ligerísimos cambios iniciales, el sistema se había vuelto caótico. Fue entonces cuando Lorenz acuñó el término “efecto mariposa”.

Por lo tanto, si no es posible controlar o predecir los fenómenos del universo, ¿cómo podemos coexistir con la naturaleza? Es ahí donde entra el sentido común y muchas de las filosofías que pregonan la vida en el aquí y ahora. Esta es la idea de los flujos de campos vectoriales en sistemas dinámicos. A cada momento en la línea del tiempo, es necesario reajustar las condiciones del sistema. Nada nuevo, sólo el viejo Carpe Diem, ¿a poco no?


Publicado en Revista Cinespacio, abril