Te miré a los ojos y me respondió el silencio. Creí que el puerto desde donde habría de zarpar el transpacífico aún estaba en pie. Me equivoqué. La ausencia se había vuelto presencia hace ya bastantes, demasiados meses. Aun cuando el verano intentaba abrirse paso entre los agitados días del polen y los vientos, la conmiseración que el tiempo brindaba a sus súbditos se había vuelto insoportable.
Te miré en silencio y, en un instante, me supe extraño, indigente sepultado bajo un río de lava en Indonesia. Bajé la mirada y caminé, errático, hacia ningún lado. ¿Cómo es que el tiempo está constituido a pesar de nuestros deseos?
Ahora me siento ausente, irreversiblemente olvidado por la vida. Las noches de luna llena han dejado de ser especiales. Los cobertizos en la penumbra ya no son nuestro sitio favorito. Dejamos que la estúpida apaciguadora lentitud se vertiera sobre nuestro tiempo. Volteamos en silencio hacia la nave ausente de los hombres que jamás llegaron al puerto deseado.
Entonces, si ya no estoy aquí, ¿dónde estoy? La conciencia va y viene, de vez en cuando me visita pero el televisor o el XBox se encargan de volverla al fondo del letargo. El deseo no es más que un recuerdo de juventud, un sueño de vida que más bien parece un capítulo de un libro escrito por alguien más, acaso un escritor, pero no necesariamente. El cuerpo, una vez atlético, vigoroso y lleno de ímpetu carnal, ahora es una carne reblandecida por la apaciguante vigilia de los actos que se piensan demasiado, tanto que jamás se concretan.
También las noches han quedado atrás. Los viejos ya no duermen, temerosos a la parca errática, impredecible. Si me coge despierto, ¿me permitirá un día más? Días y días desperdigados. El puerto ya no es más que un montón de arena, unas cuantas tablas y un ancla que ya no ha de tocar fondo. Mi vida ya no es un sueño ni un deseo. La vida se ha vuelto vida; vida nada más.
Publicado en El Occidental
Te miré en silencio y, en un instante, me supe extraño, indigente sepultado bajo un río de lava en Indonesia. Bajé la mirada y caminé, errático, hacia ningún lado. ¿Cómo es que el tiempo está constituido a pesar de nuestros deseos?
Ahora me siento ausente, irreversiblemente olvidado por la vida. Las noches de luna llena han dejado de ser especiales. Los cobertizos en la penumbra ya no son nuestro sitio favorito. Dejamos que la estúpida apaciguadora lentitud se vertiera sobre nuestro tiempo. Volteamos en silencio hacia la nave ausente de los hombres que jamás llegaron al puerto deseado.
Entonces, si ya no estoy aquí, ¿dónde estoy? La conciencia va y viene, de vez en cuando me visita pero el televisor o el XBox se encargan de volverla al fondo del letargo. El deseo no es más que un recuerdo de juventud, un sueño de vida que más bien parece un capítulo de un libro escrito por alguien más, acaso un escritor, pero no necesariamente. El cuerpo, una vez atlético, vigoroso y lleno de ímpetu carnal, ahora es una carne reblandecida por la apaciguante vigilia de los actos que se piensan demasiado, tanto que jamás se concretan.
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Publicado en El Occidental
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